De jóvenes,
nos olvidamos del tiempo;
y sin darnos cuenta,
nuestro ímpetu
arrasa con todo,
sin saber casi de nada.
Todo lo podemos: somos jóvenes
y al pasar los años,
cuando el impulso se serena,
cuando la vida va en serio,
es entonces cuando te acuerdas
de aquel caballo ganador
al que a su grupa subías
blandiendo ilusión y juventud.
Su cuerpo es ruido,
bamboleo de caderas,
mucho por delante,
mucho por detrás,
largas y bonitas piernas
y cansino caminar,
ensortijado cabello
y tristeza en su mirar.
Fue una tarde insulsa,
vacía, sin miradas de deseo,
sin alegría, sin piel;
carente de todo lo que dos personas,
ávidas de domingos luminosos necesitan.
Un desganado adiós,
fue la despedida.
Repanchingado en el sillón,
con un libro de poesía entre mis manos,
y la música de Händell sonando bajito a mi lado;
y esa luz acogedora
que por la ventana va entrando,
anunciando que la tarde
poco a poco va marchando.
Y la música de Händel
que sigue en mi alma calando.
Y mi perrita feliz
en la alfombra dormitando.
Mi gran amiga la vida,
las lecciones que me da.
Me ha bajado la cabeza,
me ha subido la moral.
Me ha dicho que hay gente buena,
y también con gran maldad;
pero ante todo me ha dicho,
que mire a todos igual.
Que el dinero no hace al hombre,
ni el plumaje al animal.
Las palabras se han quedado cortas,
los gestos, casi también;
y éste por si solo,
no quiere decir nada.
¿Pero, cómo poder expresar
las cosas grandiosas?
Quiero que lo sepas:
hace muchos años
te empecé a querer,
aunque a veces
no te lo sepa decir.
Lo siento,
lo siento infinitamente.
Yo,
que nunca tuve brazos
que rodearan mi cuerpo,
que abrazaran mis entrañas,
que exprimieran mi ardor carnal,
que hicieran sentirme libre
en el rectángulo de la cama,
que vaciaran mi alma con frenesí
atropellando a la vida con descaro,
sintiendo con plenitud
el placer de estar vivo,
Amarte:
no es sólo besar tus labios,
abrazar tu cuerpo,
y hacerte el amor con frenesí.
Amarte:
es sentirte cuando respiro,
recordarte cuando pienso,
y hacer de mi vida tu vida.
Quiero morir tranquilo,
de repente,
de un infarto;
con un libro de poesía,
disfrutando,
entre mis manos;
con el gustoso sabor
de un poema
entre mis labios;
con mi perrita, feliz,
dormitando en mi costado.
Veo a dios en mi jardín
cuando los pájaros trinan.
Veo a dios en mi jardín
cuando las flores me miran.
Veo a dios en mi jardín
cuando el sol todo ilumina.
Veo a dios en mi jardín
cuando mi madre camina
con su vejez que la inclina,
apoyada en su bastón
con su sonrisa divina.
Llueve;
palidece la tarde.
Te veo a lo lejos
subiendo la cuesta con desgana.
Esa cuesta
que tantas veces
subimos abrazados
creyéndonos tener
el mundo a nuestros pies.
Aún recuerdo tu cara,
risueña y juvenil;
tu larga melena,
tu sedosa piel.
Aún recuerdo el lugar
donde cada sábado
quedábamos para vernos;
donde el mundo
cambiaba en ese instante,
donde nuestros labios
se unían ardorosos,
hambrientos de amor.
Cuando el horizonte es sólo una línea.
Cuando tu casa no tiene paredes.
Cuando el hambre es tu fiel compañero.
Cuando a tu cuerpo se abrazan harapos.
Cuando dormir en cartón es un lujo.
Cuando vivir cuesta tanto.
Cuando,cuando,cuando. . .
Cuando te limpies las lágrimas con tu pañuelo de seda, acuérdate de los que se las secan al sol.
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