Hoy, como de un sordo soplido
ha tornado en corto estallido tu vida.
Se equivocó la estación en tu primavera.
Se te llevó por delante y tu vida echó a volar, ¿donde estarás?
¿Donde reposarán ahora tus pensamientos,
tan lejos de tus pies y de tus manos?
Se equivocó la estación, ¿que pasó?
Empezabas a correr como un galgo corredor y has perecido
¿por qué no hay un por qué? Nada de esto tiene sentido
y aún te hemos perdido…
Hubo una vez un chico inglés, bastante despreocupado y adormilado, algo lindo y tímido, digo, una vez hubo de ser bastante loco. Odiaba acudir a las clases por la mañana, y por ello desarrolló un no-poco-curioso atraso en la ortografía inglesa del momento. Decían, a una redacción de las aves, así, sus palabras:
“Los abes son animales boladores. Andan de rama en rama sovre sus alas, cagando en las cabesas de lós transeúntes.”
La mujer que lo leyó, a la que llamaban “Ms. Road” por sus acusadas arrugas, rió por un rato mientras leía el texto por completo. Los alumnos, acostumbrados a la seriedad y a la tozudez de la profesora, no cabían de sí en sus sillas. Ésta profesora, una anciana de 56 años sobreviviente de la Gran Guerra, se acercó al chico y le explicó: Sigue Leyendo...
A veces deseo cogerlo… ¡y se escapa! Camina, renquea, se esconde y… ¡salta! Mis manos grasientas hacen que resbale entre mis dedos, cómo si deseara escapar de mí cual viajero en expreso y no fuese, su fin, mi burla hasta la desdicha.
A veces desearía agarrarlo y retorcerlo, macharlo y aplastarlo hasta la muerte; abrir sus venas poco a poco hasta el fin de su vida. En esos momentos es cuando más corre. Se escapa algún lugar lejano y no vuelve en semanas. Al principio la sensación es aliviante, pero al pasar las horas empieza la lluvia. Sigue Leyendo...
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