No es que me sienta ajeno a los griegos, o que desprecie las producciones de esta insigne raza. No se trata de agresión. Sólo pensé, leyendo a Amado Nervo, poeta en toda la extensión de la palabra, poeta completo; concluí que idolatrar es, a posteriori, negación o incomprensión del objeto de admiración.
Sucede que en el compendio de su obra, el citado poeta deja profusa evidencia de su admiración exacerbada. Esto sobre todo en la imagen de cierta Nausica, postrer grano áureo de la raza italo-greca entre una “renegrida” humanidad que ha sobrevivido a la devastación apocalíptica producto de la reconfiguración geográfica del planeta. Y no concluye aquí, pues la última reina blanca, además de consumar la forma helena, guarda, herencia de sus padres, ¡la última! (sic.) Ilíada hasta que muere, precisamente, recitando a Homero. Sigue Leyendo...
A cada momento, si volteo, te he de encontrar siguiendome los pasos; acortando esa distancia que sobrevino, entre tu frío y mis huesos, a un nacimiento.
Que me alcances no recelo. Después de todo, nunca lograré izar las nubes a mi nave, ni estrechar la estrella, e incluso, son escasos mis pies para medirle la piel al mundo.
No. Aunque me abruman tus insensibles grises y tus lazos raquíticos, aún más tiemblo por los sueños que habrán de tornarse arena en mis venas y que este corazón ya desierto acune un sol negro.
México es un gran lugar para hacer negocios, precisamente por el precario sentido de justicia que a toda su sociedad tiene transida. Un pueblo corrompido nunca supo oponerse a la ambición extranjera.
Escribo poco,
sobre nada
y sin sentido.
Porque si escribo
para mentir
es patraña
lo mismo.
Cuando hay quehacer
[literario]
no hay más, que hacer
como ciego,
y engañarse mal
escribiendo.
En el décimo año del nuevo siglo, tres días cabales después del hielo, estudiaba hasta bien entrada la noche los preceptos de la sabiduría, queriendo encontrar instrucción cierta, cuando sobrevino el cansancio a mis párpados. Esta es la narración del sueño que tuve:
Me encontraba en el interior de un templo. Entraba por todas direcciones luz a raudales y no me era posible ver, ciertamente, el cieloraso.
Ahí congregados, estaban los hermanos de mi madre y su madre y mi madre.
Todos llevaban trajes dignos y con respetuoso silencio escuchaban la palabra de un ídolo que, mezclada con la luz, impregnaba aquel recinto de burlesca religiosidad.Sigue Leyendo...
-0Si te quedaras, seríamos felices.
– No lo dudo. La felicidad es un producto publicitario0tan de esta época que n creo e~contrar otra razón mejor para vivir. Y eso me da miedo.
– ¿Temes la felicidad?
– ¡Cláro! ¿Acaso tú no?
– Pues, no sé.
– ¡Ves! Incluso ignorar la felicidad es más sabio que desearla. El hombre y la mujer comúnes, ni siquiera lo piensan. El deseo de felicidad es un derivado moderno, un placebo para las “masas educadas”. Los simplones son más sabios en este respecto.
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