Ese día lloré.

Ese día lloré porque nada justificaba que me sintiera poesía por una tristeza primaveral. Fue bueno comprobar que otras muchas lágrimas anónimas se unieron a las mias formando un colectivo de húmeda sinceridad. La vivencia sigue aún dentro de mí, porque a pesar de todo y todos…los grandes sueños se derrumban bajo el peso del principo de realidad. Es verdad que “nos queda la palabra”. Es verdad que somos parte de un inmenso plan de un Dios silencio que navega en la incertidumbre. Es verdad que todo cambio es una proposición honesta para la humanidad, pero quizá…desmesurada para las almas sensibles. Y en mitad de esta reflexión…profundizar en los porqués de ese día no me conducen a nada. La gloria, que tanto ha hecho del hombre un lobo entre lobos, alcanza hasta las cabezas coronadas. Que sea para bien…que sea por verdad…que sea de verdad, porque todos llegaremos al mismo punto final, donde nadie sabe decir otra cosa que nada.

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