Evolucionar

Tengo el convencimiento de que la vida nos va presentando, por etapas, diversas fases en las que el aprendizaje sobre sí mismo se une al desarrollo de nuevas habilidades en cualquier campo: bien puede ser como trabajador por cuenta propia o ajena, como participante en juergas que se prolongan hasta la mañana siguiente, como buen cocinero, como alguien muy interesado en la política, como cuidador de plantas llegando a conocer su estado con un simple vistazo.

Todas son actividades que pueden presentársenos en un momento dado de nuestras vidas, incluso convertirse en centro de la misma, y posteriormente ser olvidadas sin más problema porque han cambiado nuestras prioridades o porque, sin que hayan cambiado, no nos “dejan” que sigamos desarrollándolas.

Me doy cuenta ahora cuántas personalidades diferentes he adoptado en mi vida, cómo he adquirido cosas que ahora mismo no me interesan lo más mínimo (y no me refiero sólo a lo material), cómo incluso en el amor he caído en el autoengaño alguna que otra vez. Sobre esto último, estoy muy agradecida de haber descubierto que era autoengaño, que era una nana que yo misma me cantaba porque no quería despertar. Hay quien no quiere despertarse, quien prefiere llevar a cuestas el dolor porque tienen miedo a saber: saber que ya no son queridos, que la persona a quien tienen mitificada en realidad no corresponde para nada con las expectativas puestas en ella, lo que no quiere decir que tenga que ser necesariamente peor. Y, sobre todo, a darse cuenta de que ellos ya no quieren, lo que les deja un vacío irremediable.

Cuando la vida me va presentando algo nuevo, de algún campo inexplorado hasta ahora, procuro aceptarlo y pensar que tendrá que ser así. Siempre puedo aprender mucho sobre mí misma, si ahora mis logros son de una categoría considerada más prosaica. Porque lo que tengo claro es que tengo que esforzarme tanto en las tareas humildes como en las enaltecedoras. Mi esencia no cambia por ello.

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