A punto de finalizar el primer cuarto de este siglo XXI de nuestros pecados, en el que hemos visto cómo se desarrollaban tecnologías que unos años antes apenas sí podíamos creer que existieran, hemos visto cómo se han hecho posibles los viajes en el Tiempo, tanto al pasado como al futuro.
En mi juventud sentí siempre curiosidad por conocer cuál sería el desenvolvimiento de la humanidad en los tiempos venideros, y por tanto hubiera dado lo que me pidieran por visitarlos. Sin embargo, pasados los años y visto lo que estos nos han aportado, me he desilusionado totalmente, he perdido la curiosidad y he decidido, por el contrario, viajar al pasado.
Es lento y farragoso el solicitar un viaje de tales características, aparte de lo que hay que desembolsar. Parece que no hay tantas promociones para viajar al pasado como uno podría imaginar. La gente desea más, en líneas generales, anticiparse a su tiempo, quizá con el ánimo de descubrir futuras oportunidades que les permitan enriquecerse o, al menos, disfrutar de una situación más desahogada. Sólo algunos estudiosos quieren remontarse a los tiempos antiguos, incluso algunos a los muy antiguos. Yo sólo quiero hacer una visita al primer cuarto del siglo XX, y más concretamente a una fecha muy señalada para mí: al día en el que nació mi padre. Pretendo estar presente, si me lo permite la familia (mi familia, aunque ellos no lo sepan) en su alumbramiento. También pretendo mantener el incógnito, si ello me es posible, aún cuando no sé si podré ocultar a los demás (mis abuelos) las emociones que se produzcan.
Antes de hacer el viaje tengo que cerciorarme bien de cuál es la dirección exacta en la que tengo que presentarme. Conozco el nombre de la calle donde nació mi padre, pero no el número. Así que tendré que preguntar a mi tío, que espero lo recuerde. Se trata de una de las callejas más típicas de uno de los más antiguos y típicos barrios de la ciudad. Alguna vez he pasado por allí, desconociendo, como antes decía, de qué edificio se trataba. Para los que nos exiliamos voluntariamente del centro hace ya unos años, el ir por esa zona no es muy habitual.
Pregunto a mi tío y me indica cuál es la casa, pero la que existe ahora está en el solar de aquella en la que nació mi padre, porque hace ya tiempo que derribaron la antigua. Pero al menos ya tengo idea de a dónde dirigirme, no sería cuestión de andar preguntando, aunque en aquellos tiempos todo el mundo se conocería.
Tengo que preparar el vestuario, no es cuestión de ir en blusa y pantalones, una falda larguita irá mejor. No estaría bien escandalizar. Por otro lado, está la cuestión del dinero. ¿Cómo voy a ir con euros? Imposible, tendré que acercarme a alguna tienda de numismática para hacerme con pesetas, pocas porque entonces todo debía ser muy barato. Espero que la máquina del tiempo sea bastante precisa en cuanto a situarme cerca de mi objetivo, no me haría mucha gracia tener que tratar de orientarme por la zona, con lo que habrá cambiado y las cuestas que hay por allí.
Estoy deseando que llegue el momento de partir. Espero que el viaje cumpla mis expectativas.
Ya he llegado. Tomaré notas en un cuaderno que me he traído a propósito y cuando esté de vuelta en mi tiempo lo pasaré al ordenador.
Por lo pronto, veo que las cosas son bastante más alegres a mi alrededor de lo que uno pudiera pensar. El aire es muy limpio, aunque hay ciertos olores que no llego a identificar. ¿Será por alguna lechería, en la que habiten las vacas, cosa muy normal en estos tiempos? ¿Habrá algún establo cerca?
Identifico a la primera el inmueble que buscaba; con las indicaciones que me dio mi tío no podía perderme. Entro en el portal… el corazón me late con fuerza. Es el 18 de junio, víspera del nacimiento de mi padre, a últimas horas de la tarde. Subo las escaleras, llamo a la puerta indicada. Abre la puerta una mujer embarazada, muy embarazada, con cara de cansancio. Es ella. Es mi abuela paterna.
Me quedo paralizada, porque yo a ella la conocí como mujer ya bastante mayor y por pocos años. Murió cuando yo tenía unos siete. Se me queda mirando, con aire pensativo. Pregunto si ella es Eloisa, me responde que sí. Entonces empiezo a mentir. Digo que me han enviado unas amigas que quieren guardar el anonimato para ayudar, ya que el parto está tan cercano. Me puedo ocupar de la limpieza y del hijo mayor. Ella duda un poco, pero accede y me deja pasar.
La casa reúne buenas condiciones para el tiempo en que nos encontramos. Se ve que mi abuelo es trabajador y gana bastante dinero. Es ebanista, muy buscado porque sabe hacer a la perfección los muebles del clásico estilo español, esos grandes, oscuros y con figuras talladas. El está trabajando en esos momentos.
Entonces, trabo relación con mi abuela paterna, mi gran enigma. La veo, aunque algo estropeada por la inminencia del parto, como una mujer guapa, de grandes ojos y no muy alta. Ya la había visto de joven en una foto muy antigua que yo tenía y que he perdido. La foto es posterior a este embarazo, porque en ella estaban tanto mi tío como mi padre. En ella, mi abuela presentaba una cinturita que para sí la quisiera ahora alguna peliculera. Además, un moño alto que daba prestancia a sus facciones.
Me pregunta si me voy a quedar a dormir y asiento. No hay problemas de espacio porque la casa es bastante grande. Al poco rato llega mi abuelo. Este si que es realmente desconocido, porque murió bastantes años antes de mi nacimiento. Pero le reconozco por un retrato muy grande que hubo en la casa en que vivía mi abuela cuando yo la conocí. Tiene unos grandes bigotes, como parece ser la tónica de todos los hombres con los que me he tropezado hasta ahora. Hablan un poco, cenamos, nos vamos a dormir.
A la mañana siguiente me despierta un gran alboroto: al parecer, el parto ha comenzado. Me acerco cautelosa a la puerta de la habitación matrimonial. Mi abuelo no sabe qué hacer, mi abuela está imperturbable, aunque se nota que sufre. Llaman a la puerta, es la comadrona, que me da órdenes muy precisas.
Sigue un tremendo ajetreo, con mi abuelo poniéndose en medio y estorbando el paso. Tengo que tener cuidado con él, porque voy cargada con ollas de agua caliente. Mi abuela se tensa toda, la comadrona manipula algo que no puedo ver y, de repente… oh, maravilla, acabo de ver nacer a mi padre, que como es lógico se pone a llorar inmediatamente.
La emoción que siento me hace llorar a mí también, mi abuelo me ve y me pregunta si es el primer parto que contemplo. Asiento con la cabeza, entre lágrimas, y se sonríe. Ya está satisfecho: es otro varón.
Mi abuelo no sabe que no tardará muchos años en morir: nueve exactamente, tampoco sabe que antes de eso habrá engendrado otros dos hijos más: un chico y una chica. Mi abuela no sabe, en ese momento de alegría exhausta, lo mucho que tendrá que pelear por sus cuatro hijos. Yo sí lo sé y me angustio por ellos.
Sigo ayudando tres días más, lo que tarda mi abuela en reponerse y poder retomar las riendas de la casa. Me despido, me quiere pagar pero yo digo que ya me han pagado quienes me enviaron. Nos abrazamos. Doy un fuerte beso al recién nacido. Me voy.
Y aquí estoy de vuelta, pasando al ordenador mis notas.
Muy curioso tu viaje, Carlota. Muy interesante además. ¿Qué curiosa imaginación la tuya?. Es cierto que en aquel entonces las calles debían oler a cosas ya olvidadas: la lechería con sus vacas, la tienda de ultramarinos y el olor a chocolate, los melones maduros en medio de las aceras, el olor a las aceitunas de los mercados viejos… y en medio de todo eso tú observando el nacimiento de tu padre. Me interesó leer tu imaginativo texto. Un abrazo, Carlota.
Curioso relatito.
Dice mucho de ti que eligas volver al pasado a ese momento y que hagas algo “útil”, como es ayudar a tu abuela a parir. Es un momento muy “trascendental”.
Me ha gustado mucho.
¿Has leido “El Secreto del Relojero” de Tonke Dragt? Es una novelita en la que un relojero construye una máquina del tiempo. Claro que me gusta mucho más tu viaje.
Gracias, gracias. La verdad es que sí que es raro que se me ocurriera vivir ese momento, sobre todo por lo que digo de que mi abuela paterna fue un enigma para mí. Y ello a pesar de haber vivido en un piso a escasos metros del suyo, en la misma planta.
Sí, me suena haber leído esa novela hace bastante tiempo. La verdad es que no la recuerdo bien, pero me parece que se trataba de un viaje hacia el futuro.
Me encanta que os haya gustado.
Un saludo.
Gracias. Me alegra que te gustara. La verdad es que si nos trasplantaran ahora a aquella época estaríamos muy despistados. Habría mucha menos higiene, pero el sistema inmunológico nos protegería mejor que ahora.
Recuerdo de mi niñez que la fruta olía de maravilla… y las droguerías. ¿Será que ahora todo está conservado en cámara, se vende envasado, o que nuestros sentidos están atrofiados?
Un abrazo, Diesel.