Nuestra hija Maia

Nada nos separará;
somos más que dos almas clamando eterna vida,
y ninguno olvidará
la relación parida…
Aquella tarde de abril fue el punto de partida.

Juro que fracasará
quien intente sin piedad alejarme de ti, querida,
más de uno intentará
el ver destruída
nuestra fortaleza con tanto amor construída.

De envidia perecerá
aquel ignorante, el so estúpido, genocida.
Estéril también será
su vana retirada,
a la ciudad oscura, en tinieblas hundida.

Al fin amanecerá,
y los dos presenciaremos cómo es cobijada,
cómo ella renacerá,
cómo es por Él cuidada
la fruta de nuestro árbol con sudor cultivada.

Esa niña nos dará
un motivo de existencia inimaginada,
la alegría rondará…
La tristeza quemada,
ya no volverá a reflejarse en nuestra mirada.

Pronto ella caminará,
lo hará por la pradera y sin ayuda.
Muchísimo enseñará;
imperturbable, erguida.
Yo sé que al mundo librará de la duda.

A tí te agradecerá
haberla forjado en libertad disciplinada…
Tu tierno orgullo será,
chiquita, dulce hada.
También yo agradezco que hayas curado mi herida.

Ella resplandecerá;
entre todas las estrellas, la más admirada,
que por siempre brillará,
aún encadenada
por defender valores con los que fue criada.

¿Y quién responderá?
¿Por qué está presa?, ¿es por la verdad revelada?…
La culpa no aceptará,
pues, ¡pobre, no ha hecho nada!
Trajo un mundo nuevo, ¿merece ser castigada?

Bueno, aquí culminará
la visión de mi futuro quizás acertada,
aunque sé: no fallará.
No te sientas dolida,
sólo es la visión de una persona enamorada.

Un comentario sobre “Nuestra hija Maia”

Deja una respuesta