Seis años y medio

Con los sentidos impregnados de los aromas del ayer, observo de lejos tus realidades de hoy y reconozco en ellas la esencia que traías contigo cuando volviste. Las luces del pasado te identifican y te nombran renovador de experiencias inacabadas, de tradiciones reverdecidas, de sabidurías heredadas. Llegas con tu brillo nacarado, tu prudencia innata, tu alegría de ser, y nos contagias de luz dorada que no se apaga hasta que te vas.

Si las cosas fueran como ayer, si fuéramos otros, las diferencias del hoy jugarían a nuestro favor. Si tú fueses él y yo fuese ella, nuestras energías se combinarían continuamente. Tú serías mi realidad diaria y te ayudaría a encontrar cada mañana la clave del día. Y tú me ayudarías a mí.

Ella, a la altura de mi cabeza, otea nuestros pasos y sonríe con la inocencia de la primera juventud. Planea su presencia impalpable por la habitación, reside en las plantas, en los minerales y en las conchas. Te aprueba y sonríe con la inocencia de la juventud. Y yo muero cada día un poco más pero tú me ayudas a renacer.

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