Sigo aprendiendo, día a día,
A quererte un poco mejor,
A no cerrarme a lo que siento,
A darte mi corazón.
¡Y es tan fácil en realidad!
Tan sencillo estar a tu lado
Como respirar;
Tan fácil echarte de menos,
Tanto como decir que te quiero…
cada día más.
No solo te pido la nostalgia sino que, envuelto en el crepúsculo de los adioses, te pido un instante de pensamientos anaranjados por el atardecer de los pleamares para tratar de definir este espacio de enigmas y de cromáticas ausencias que me hacen sentir: “… una bella princesa rodeada de cisnes en un lago azul donde las ondas reflejaban su cuerpo lánguido y misterioso…”.
Es en la quietud de tus horas sin palabras donde abrevan mis sentidos más profundos; allí donde las agujas del tiempo indetenible se unen en un solo momento de eternidad que de tan pasajera somo se extiende abarca el infinito de todas mis ideas. Entonces, reunido en un solo concierto de amapolas, se me vuelve el pensamiento hoja etérea y sin contornos, ensancho los márgenes del río caudaloso y anegado de girándulas motrices, cuarteado de principios pluriformes, me abandono a la rueda enigmática de los caleidoscopios literarios y continúo: “… en un país tan lejano, tan lejano, que solo las golondrinas sabían su nombre…” Sigue Leyendo...
Siento mucho todo esto.
En realidad me parece todo lejano y estéril
cuando cojo mi cara entre las manos y echo de menos
algún gesto o tu risa encendida a eso de las doce.
Me parece todo necio y crispado
como si de pronto hubiesemos
despertado de alguna burla extraña
y nos viesemos y pensásemos
el uno del otro
que debajo de todo lo demás
había alguien.
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