Desde que la vi por primera vez, quedé prendado de su sonrisa. Todo empezó cuando me mudé de apartamento. Aquella primera noche me asomé al balcón para observar el panorama que se divisaba desde mi nueva vivienda y justo enfrente, en otro edificio y al mismo nivel, pude ver su rostro iluminado por la tenue luz de una lámpara. Era sereno, dulce y de sonrisa insinuante. Sus ojos parecían dirigirme una llamada insistente. Mantuve la mirada haciéndole un pulso, en lo que me pareció una eternidad. Me sentí empequeñecido, turbado por su fuerza. Aparté la vista y me di por vencido en la pugna que sostuvimos por no ceder el primero.
Desde esa noche acudía a diario a la cita y cuando se encendía la luz de la alcoba, de mi vecina de enfrente, volvía a la carga. Siempre ganaba ella.
Empezó a obsesionarme un detalle que al principio me pasó inadvertido; la inclinación de su cabeza hacia un lado le restaba majestuosidad. Debía corregir ese pormenor, estaba firmemente decidido.
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LA JUBILACIÓN DE MATÍAS
El dormitorio de Matías se asemeja al de un hospital; paredes blancas, cama con mecanismo regulable, crucifijo en la cabecera y los demás complementos: botella de oxígeno con mascarilla incorporada y sonda conectada a una bolsa de plástico para facilitar la evacuación de líquidos. Matías, recién jubilado y ex-administrativo de banca, llegó a esta situación después de toda una vida de fumar cigarrillos a una media de dos cajetillas diarias. Eso y la constante exposición durante su horario laboral al aire acondicionado. Terminó por desarrollar una bronquitis asmática crónica y por si fuera poco; comenzó a tener problemas con su próstata.
Matías se juró siempre a sí mismo que cuando llegara el día de su cese como empleado, jamás caería tan bajo como para pasarse las horas muertas jugando a ese odioso juego de bolas: la Petanca.
Cada vez que pasaba por la pequeña cancha que se encontraba frente a su domicilio, veía con disgusto a aquellos seres sin otra motivación que gastar su tiempo absurdamente tirando bolas y diciendo frases hechas , frases de argot que le resultaban tan carentes de ingenio y originalidad.
ANTES MUERTO QUE MATADO.
Los ciudadanos estamos desconcertados con la actitud de la policía. Estamos empezando a cansarnos de situaciones surrealistas cuando acudimos a denunciar un delito de amenazas o agresión verbal o física.
Normalmente comienzan a desanimarte nada más poner en su conocimiento que nos sentimos amenazados por algún individuo con el que tenemos problemas; ya sea vecino, compañero de trabajo o, incluso, familiar. Hacen lo posible por convencernos de que si denunciamos al agresor, no conseguiremos nada ya que no hay pruebas de lo que acusamos; sangre, por ejemplo. “Si no hay sangre, nosotros no podemos intervenir. Es su palabra contra la del otro”, suelen argumentar, a lo que nosotros como respuesta contestamos la mayoría de las veces: “¿Entonces que tenemos que hacer, esperar a que nos apuñalen o nos peguen un tiro para que así ustedes puedan intervenir? “.
¡QUE LE APROVECHE!
Apenas se apea Carlos de la motocicleta, en la puerta de la pizzería, cuando el encargado de repartos a domicilio se dirige hacia él con una entrega más.
— ¡Vaya nochecita!—dice el joven resoplando—, les ha entrado el hambre a todos a la misma hora.
—Venga, date prisa que estas llevan más de quince minutos de retraso y ya conoces la política de la empresa…—advierte el encargado mientras deposita dos cajas sobre la urna del portaequipajes de la motocicleta.
— Sí, sí, ya me conozco de sobras el rollo ese de: “si la entrega se retrasa treinta minutos, no le cobramos”. Pero no cuentan con el riesgo que eso representa para los que hacemos el reparto. —Carlos, sin apearse aún de la máquina, se queja de ese absurdo sistema—Tranquilo, quedan quince minutos de tiempo y esta dirección está a menos de seis de aquí.
— No te pases Carlos, que te la juegas.
EL GUERRERO SAMURAI
Estaba acorralado. Vivía preso en mi propia casa y mis carceleros eran mis padres. Hacía mucho tiempo que no tomaba decisiones porque absolutamente todo lo que hacía estaba dirigido y supervisado de antemano por ellos y mi psiquiatra.
Dijeron que era esquizofrénico. Todo comenzó una maldita noche de verano, hace seis años, cuando tan solo tenía veintidós. Circulaba por la autopista A7 que va a Gerona a reunirme con unos amigos en Lloret de Mar. Todo hacía presagiar que iba a ser un fin de semana divertido; amigos, sol, playa y chicas. Pero nada de eso se cumplió lo más mínimo. Recuerdo que iba escuchando música de una cinta de casette y mirando al frente; concentrado en la conducción y pensando en lo bien que lo habíamos pasado el verano anterior en esa misma zona de la Costa Brava Catalana, cuando inexplicablemente, algo o alguien con una fuerza tremenda, tiró de mi antebrazo derecho hacia un lado haciendo que girara el volante del automóvil peligrosamente. A punto estuve de estrellarme contra la valla metálica de protección. Llegué a invadir por completo el arcén, pero una reacción rápida me salvó de momento al girar el volante en sentido contrario para contrarrestar el desvío del auto.
EL LOBO DORMIDO
Manuel; consultor e informático de una multinacional italiana, tiene una espina clavada desde muy joven; no haber vivido la experiencia de hacer el servicio militar. Le negaron la incorporación a filas, en su momento, cuando le detectaron una anomalía en la visión. Su falta no era tan grabe ya que no tenía más de dos dioptrías en cada ojo, pero suficiente para que lo declararan “inútil” para el glorioso deber de servir a su patria. La palabra “inútil” la lleva clavada muy dentro desde entonces.
Al principio no cabía en sí de gozo por haberse librado de aquella molesta obligación, la cual le hubiera robado un año de su vida, pero más tarde, cuando pudo comprobar que en las reuniones con sus amigos quedaba siempre marginado, la cosa no era tan agradable para él. Nunca podía intervenir en conversaciones sobre el cansino y reiterativo tema de “la mili”, que era casi siempre el que salía a relucir. Lo primero que le decían era: “¡Tú que sabrás, si tú no has hecho la mil!”, y eso le fastidiaba porque era la pura realidad. Esa situación le obligaba siempre, en dichas reuniones de amigos, a cambiarse de bando uniéndose al de las mujeres. Conforme pasaba el tiempo, intervenía cada vez más en los asuntos femeninos, alejados totalmente de temas de acción y gestas heroicas de machitos.
(VERSOS DE PADRINO DE BODA)
LA ÚLTIMA PLAYA
El hombre arrastra su pesada carga penosamente, su paso es lento como el de un caracol y al igual que éste deja un rastro tras él. También como el diminuto molusco; carga sobre las espaldas su casa, acarrea todos sus enseres a modo de mochila. Juan camina hablando entre dientes. Ha accedido al capricho de su mujer de recorrer el camino hasta el siguiente pueblo bordeando la playa. Él hubiera ido, como siempre, por la carretera que discurre paralela al litoral, muy cerca de donde ahora están. Le fastidia tener que andar por un terreno tan movedizo en el que a cada paso, sus pies se hunden en la arena y cientos de partículas se le introducen dentro de los desgastados zapatos. Camina a unos diez metros por delante de María, con la mirada puesta al frente; como si eso hiciera que el pueblo se acercara más aprisa.
UN MÓVIL QUE TE CAGAS
La Gran Superficie está a reventar, faltan escasos días para el pistoletazo de salida hacia el lugar de vacaciones de casi todo el mundo, y esa cantidad de masa humana se encuentra allí, devorando con la vista, los miles de artículos expuestos. Carrito en mano, un río de ansiosos consumidores, se mueve frenético de un lugar a otro, atropellándose mutuamente, dificultándose la labor. Se aprovisiona de cuanto puede, todo vale: una linterna, diez quilos de patatas…una lata de aceite para el motor de su coche… ¡lo que sea!, pero sobre todo; cerveza, mucha cerveza para aliviar la insoportable sed que provoca el mes de Agosto.
Vicente, es uno de tantos. Confundido entre la multitud, se dirige con paso firme a cumplir con un objetivo: Robar un “móvil” de los expuestos en las estanterías del stand de telefonía. No le resultará muy difícil, días atrás, se dedicó a observar con el fin de hacer una valoración aproximada de las posibilidades de éxito en su hazaña. Los aparatos en cuestión, no están bajo llave, aunque permanecen en una vitrina de cristal debajo del mostrador, fuera del alcance de la mano. No es complicado echarles el guante en un despiste del dependiente mientras atiende a alguien. De manera que, no lo pensará dos veces, es cosa de contener los nervios, templarse…y actuar.
LA NOCHE ES DE TODOS
El técnico de sonido hace un gesto con la mano desde su cabina para avisar al presentador que hay otra llamada.
-Parece que la noche promete, queridos escuchas, me indican que tenemos otra llamada. Vayamos a ver de qué se trata en esta ocasión. Son las dos y diecisiete minutos y estáis sintonizando OCR., en la F. M. Esto es: “La noche es de todos”.
-Adelante, amigo.
-Hola Alberto, soy un oyente habitual de tu programa…
-Dime.
-Si, mira…es que es algo delicado y…
-Tranquilo, no te preocupes, estamos aquí para eso; para complicarnos la vida. Si nos gustara lo fácil estaríamos en un concurso de esos que hay a porrillo por las televisiones.
-Ya, lo que pasa es que es la primera vez…
-¿Qué llamas?
¿CRIMEN PERFECTO?
Cuando el inspector de policía hace acto de presencia, Toribio no tiene el menor gesto de cortesía; sigue sentado donde está, digno y seguro de sí mismo. No tiene nada que temer, es evidente que nadie dudaría un instante de su inocencia. Cuatro pisos más abajo, en la acera, yace el cuerpo desmadejado de Josefa; su esposa. La ventana de la salita donde veían televisión permanece abierta de par en par como prueba esclarecedora de lo sucedido.
– ¿De manera que su esposa se ha arrojado por la ventana, sin más?-comienza el inspector sin saludo previo, nada más llegar.
Toribio levanta la cabeza levemente para encontrarse con la mirada del que pregunta.
Así es, ya se lo he explicado a los agentes, estábamos viendo un programa de televisión, se ha enfadado conmigo a raíz de un comentario que he hecho en referencia a la tele basura que me obliga a ver…se ha dirigido a la ventana, de momento creí que era con la intención de ventilar un poco la salita por el humo de mis cigarros, pero no ha sido por eso, no, la muy estúpida se ha encaramado en el alfeizar…
-¿Y qué?- urge el inspector.