la llaman Martina, y tiene los ojos claros y es bella aún los domingos si madruga.
a él le pareció bien aquella chica como compañera de piso. “ya te llamaré”. aunque ya lo había decidido y nadie más se había presentado.
un chico callado y torpe, extraño. una chica extrovertida de ojos panorámicos
y un día que Martina no podía dormir le oyó hablar a solas, llorando. susurraba en voz baja y respiraba por la boca. y ella entró en su habitación y lo miró, allí sentado, con la cara de luna hablándole a la pared, sonámbulo. pero Martina pudo hablarle, y le respondía, aún dormido.
y cada vez que ella no pudo dormir, preocupada, esperaba un rato y lo oía, y hablaban durante horas sin que al día siguiente mencionaran nada de lo ocurrido.
y él le hablaba de Martina, la dulce Martina, y sus ojos de pelos de punta. “creo que estoy enamorado, aunque no creo en eso”. y ella de pena tenía los ojos tiernos, frágiles
y de vez en cuando volvía a ocurrir lo mismo.
y, precipitadamente, corrió rodando la última semana antes del verano. a paso ligero, sin poder hacer nada, o eso le pareció a ella.
se dio cuenta en el último instante. había pasado la semana entera sin dormir sólo por escucharle y hablarle. quería consolarlo, por lo menos.
pero él era sonámbulo, y en el mundo, quién lo hubiera pensado, hay más Martina que una sola. quizá por eso la eligió. superstición, casualidad, no sabe. igual una Martina se podría comer a la otra, la inalcanzable.
y así ella en el fugaz momento de la última mirada se deslizó en el sillón con la certeza acabada.
que era ella la que se había enamorado.
y lo peor de todo: que ella sí creía en esas cosas
Precioso, gracias!
Bravo Ismael. Has conseguido ironizar muy bien.