Si en su mano pudo sostener algo que no fuera su propio cansancio, no hubo cosa mejor escogida que aquella mano pequeña, frágil, blanca. Ésa que, sin avisar, fue invadiendo poco a poco su palma, sin que él hiciera nada por resistirse.
Y cuando decidió por fin mirar hacia abajo, buscando la dueña de aquello, halló unos ojos negros, pequeños, que expresaban la empatía de la pequeña, que tan bien le conocía. No en vano lo hacía desde que nació, hacia ya cuatro años.
Compañera de sus silencios, muda testigo de la suerte de quien la engendró, o al menos así lo quiso creer él. Única en todo el mundo capaz de descifrar el lenguaje oculto en cada pliegue y arruga de su rostro. De leer en aquellos ojos cada vez más vagos, que ni siquiera luchaban ya por obligar a sus párpados a abrirse lo suficiente como para que pareciera que el resto del mundo le importaba lo suficiente. Porque, como bien sabía la pequeña, sólo ella era la razón de aquél desgraciado. Su motivo. Por ello intentaría con todas sus fuerzas no defraudarle. Sigue Leyendo...
La cascada frenó en seco el goteo del agua. El Pueblo murió por el hambre y los campos se llenaron de malas hierbas. El jornalero trabajó toda la mañana en la tierra del amo, que le azotó por comerse una aceituna. Y con cada latigazo alimentaba la ya rota espalda del hombre. Dolor al dolor, que no hay espalda que sufra tanto como la que sufrió tantas veces. El amo suda. La mujer limpiará otra vez su camisa azul.
Mujer del pueblo, no será la única camisa que remiende hoy. Y con cada puntada sus dedos reciben el dolor de cada latigazo centuplicado por el odio.
Odio a lo que crece dentro, muy dentro, y no reconocerá en esa espalda rota a su padre.
Sólo por el hambre, por la cascada que dejó de manar. Sigue Leyendo...
Quietud en el paraíso tras la marcha de Adán y Eva.
Silencio y paz.
Descanso.
Muerte.
De lo bello y de lo horrendo, pues sin nadie que los observe son la misma cosa.
Nadie que los juzgue, nadie por quien competir con los demás por su sentencia
Un punto inscrito en la línea infinita, sea curva, sea recta.. ¿Acaso podría alguien distinguirle, hacerle uno, individualidad otorgada por un dedo que lo señale?
Parte de una cadena de puntos a los que él nunca pidió dar la mano, formando una línea que repudia y de la que ni siquiera conoce o conocerá el final. Monocromático, monotemático en su ignorancia de tal condición. Sólo en su cadena de puntos que ignoran su propia individualidad, que tan sólo un dedo podría darles. Pues si realmente son todos iguales, salvando leves y estúpidas características que parecerían diferenciarles, pero que se repiten entremezcladas de una u otra manera, ¿qué valor tendría un dedo que los señalara, que les hiciera únicos? Es decir, que más les da saber de su individualidad teórica, si en el fondo seguirán siendo más o menos iguales al punto de delante y al punto de atrás, sin que su posición les haga mejores o peores (Ya que la línea infinita nunca acaba). Sigue Leyendo...
La Luna aquella noche sonreía como la amada tras el beso suave que recibió.
No pudo ver las estrellas, ocultas por la maldita luz de la ciudad. ¿Habíanlas olvidado los hombres al cubrirlas con sus bombillas? Quizá, con su desaparición, perdieron lo bello que su alma albergaba, pues en fin, ¿qué vale más, una farola o una estrella?
Ahora duermen, tranquilos en su inmensa eternidad, las cubrió el hombre para intentar iluminar la oscuridad de su corazón. Mas no funcionó, incluso empeoraron. ¡Que las levanten, apagad las luces y volved a ser humanos! ¿Por qué me robaron las estrellas? Necesito verlas ahora que tú duermes, para admirar algo digno de tu belleza. Sino mi noche será vacía y triste, a solas con la Luna. Sigue Leyendo...
Una vez soñé que volvía a ser yo. No hace mucho de eso, quizá una semana. O quizá más. La verdad es que con todo esto el tiempo ya me da igual. Ya pueden ser horas o meses. Qué importa eso. Simplemente es como estar atrapado en una cárcel. La llamaré la cárcel del tiempo. Mi cárcel del tiempo.
Desde ese punto de vista, el mío por supuesto, hace miles de años desde que dejé de ser yo para ser el que soy ahora. ¿Y acaso no es eso ser humano? Creer que se es, para descubrir al fin que ya se ha sido… qué triste ¿verdad?. Pero nadie dijo que esto sería divertido. Sigue Leyendo...
Ayer me mecí melancólico en los brazos de la soledad, dueña de mi tiempo y de mi alma. Ayer, después de que tú te fueras y te llevaras contigo tu olor, volví a ser aquél marinero apátrida que hace mucho que perdió su hogar. Y navegando a la deriva en la noche, que se me hizo eterna sin ti, decidí aferrarme a tu recuerdo como a un salvavidas para conseguir que el olvido no me engullera como la mar embravecida.
Sumergí mi cabeza en las sábanas que antes surcamos juntos, buscando ese qué se yo que te hace así, como eres. Eso que consigue que mi rumbo se tuerza cuando intento dirigirme a puerto seguro. Eres mi condena y libertad, mi calma y tempestad. Eres tifón, eres suave brisa del Mediterráneo tranquilo. Más grande en mí interior que océanos de agua salada bañan las orillas de la Tierra. Sigue Leyendo...
Miró al horizonte. El mar se extendía a sus pies. Una suave brisa emanaba de él, meciendo sus largos cabellos de manera casi armónica. También hacía volar sus lágrimas.
Su leve vestido blanco no le servía de abrigo aquél amanecer. Le daba igual, pues ni aunque se hubiera cubierto con la más gruesa piel habría dejado de sentir aquél frío. Ya que no era la brisa ni el rocío lo que congelaba su alma, sino su corazón, que había muerto.
Él había marchado en un barco años atrás. Prometió volver, como tantos y tantos maridos hicieron a su vez. Ella le despidió desde la rada, aquella en la que, cuando eran niños, se escondían del mundo para encontrarse ellos mismos. Pero ahora ella se quedaba sola, anclada a un mundo claustrofóbico del que jamás hubiera podido salir. Sigue Leyendo...
Todo está oscuro, pues es de noche, y tan sólo la luz mortecina de una bombilla ilumina la escena. Una niña mira con ojos húmedos la habitación, o mejor dicho, los tiene fijos en la única silla de la estancia. O en lo que hay sobre ella.
-¿Papá?, pregunta ella con voz rota y temblorosa.-¿papá, estás dormido?.
La madre llora en silencio, sentada en el suelo, sabe por qué lo hizo. Mira a su hija, quisiera abrazarla, pero se siente culpable. Ya nada volverá a ser como debió ser.
A través de la ventana llegan sonido de la calle, villancicos, gente feliz y contenta. Es Navidad. La pequeña buscaba sus regalos, encontró tristeza y muerte. La madre no sabe que va a ser de ella, qué pasará ahora que él ya no está. La niña no se lo cree, no se lo quiere creer. Corre hacia el cuerpo frío, lo abraza, grita su nombre. Sigue Leyendo...
El espantapájaros soñó un día que no era mudo. Que su corazón de paja era de verdad, y que su latido le traía vida a un cuerpo humano. Él no sabía que jamás llegaría a ser como el campesino que con tanto esfuerzo le creó.
Tenía brazos, también piernas. Y por ello no comprendía que razón le impedía andar, por qué sus brazos no podían bailar mecidos por el viento de la tarde. Llevaba ropas, al igual que su amo, pero nadie se paraba a hablar con él. Tenía boca, nariz y ojos, pero ni sabores ni olores percibiría nunca, si bien por alguna razón podía ver. Y lo que sus ojos le mostraban no eran alegres prados, ni altas montañas a las que admirar. Tan sólo tristes y eternos campos de trigo amarillento, como si de un mar de olas suaves se tratara. Pero eso no lo podía saber el espantapájaros, pues jamás vio el mar, ni creía poder ver algo semejante en el tiempo que de vida le restaba. Sigue Leyendo...
Portal Literario Independiente