Tuve manos de niña, gráciles y delicadas,
que cogían los juguetes y adoraban desgranar el maiz.
¡Cuánto tiempo ha pasadopor mismanos, convirtiendo
su inocente albura en dolorosasmuestras de esfuerzos!
Pero mis manos me han sido dadas como
herramientos nobles para dignificar
mi humanidad:
Benditas manos.
El tiempo pasa y arrebata momentos,
deja recuerdos como instantes de amor.
La vida nos arrastra como peligrosa ola,
y marchamos de la tierra
que nos creo.
Hoy el Sol me saluda trayéndome sus mensajes;
nuev os paisajes de luz y de sombra.
estuvieron de nuevo,
y fuimos felices en el reencuentro esperado.
Despierta la luz,
y danza sobre la tierra.
Mis manos quieren tocarla
y mis ojos quieren verla.
Luz de la llama
que alumbra el camino.
El nuevo día comienza,
contigo y conmigo.
Regresaron.
Mi corazón se reencuentra
con los viajeros a otras tierras.
Regresaron.
Todos nos sentimos niños
y lloramos.
Regresaron.
Cansados de viajar,
cargados de esperanzas.
Las lluvias se marchan,
el calor declina,
niebla en la colina.
Como una canción de niñas
la escucho en mi oído.
Trato de recordarla,
pero ya se ha ído.
Ven, oh libertad soñada,
déjame acariciar tus labios,
saborear tu aire de eterna soledad,
tu oculta mirada.
Ven, espacio de eternidad
donde quedar embriagada de tanto amor
que la dicha sea saciada,
por tu verdad:
ven y díme dónde estás.
Huelen las rosas
en tus colores,
en tus flores,
en tus dolores
de mujer resquebrajada.
Frida, permenante como roca,
firme en su estructura desatada,
silenciosa sonrisa,
tequila y un buen puro.
Indiecita virgen, diosa pura,
mortal y a la vez eterna
y dolorosa.
Sí, péiname el pelo,
desde arriba hasta abajo,
con pulso certero.
Peine de mil dientes,
coriendo y corriendo,
bailando a su paso
sobre mis cabellos.
¡Péiname el pelo!
Me acerqué a la orilla del mar
con los pies descalzos.
olaba mi pelo hacia lo alto,
pero enredado,
melena que cuelga desde mi frente.
Las corrientes
del agua del mar sobre la playa
me enseñaron palabras distanciadas,
gestos oscuros de la gente
y sobre el silencio: nada
Olor a lluvia.
Me detengo en el porche de la puerta
para mirar.
Olor a lluvia.
Tierra sin llorar,
a la espera de la brisa,
del agua como bendición.
Campos de canción.
Ven a mis manos,
flor de poeta,
violeta sencilla y triste
como los poemas.
Lloras soñando
escondida entre las hierbas.
La luna te mira y ríe,
la luna violeta linda.
Ya llega el frío, violeta.
¡Oh, tus manos marchitas!
Sobre el rocío dormitan
tus palabritas.
El corazón se vacía cuando no siente,
y no piensa y no sabe encontrar
la corriente.
Mis dias van y mientras vengo
hacia mi lugar.
Poco tengo que dar,
unas poquitas palabras,
nada más.
No se me ocurre callarme y no hacer nada.
Abuelieta ha muerto, allá, donde los plataneros son sombra
y las piñas se acumulan dejando un aroma a vírgen.
se nos fue. Me lo dijeron, como si no debiera entenerarme.
Lloré y callé.
Recuerdo ahorita su canto de la mañana,
su “cafetal cafetero”.
No se va sin darme un beso,
y sé que stá como una nube vigilando el paso
de mi caminar solitario y poco ambicioso.
Le conocí este verano.
Simplemente…le conocí
y nos cogimos las manos.
Me enrojecí toda, todita,
como una margarita en un tintero.
Pense: ¿Le quiero?
Me dije que sí…
¡Pobre de mí, inocente!
Le perdíentre la gente y
sufrí…
¿No es lo corriente?
En mi acuerdo, anotados
los poemas que pensaba.
Mejor, que sentía…
Suspiros de mi regreso de la lejanía,
distancia del beso: aire,
en suspiro se convertía.
Y una mano azul,
de inexistente cuerpo,
aliviaba mi pesar
y sostenía el verso
con su dulce mirar.
En cualquier momento;
en cualquier lugar…
Despertar.
Pisadas que se reiteran,
que se repiten,
que se bordean.
Presencia sobre el ímpetu
callado del deseo,
lo deseado…
Sentada en un banco escucho.
sumo sonidos: pasos.
Voces, risas, chasquidos,
niños llorando,
pisadas apretadas contra
el pavimento.
Un momento, nada más…
y cuento.
Como pedazos de un lienzo
las hojas se precipitan
movidas por el viento.
Sequitas ya se despiden
y acaban en los suelos,
entre las hierbas, haciendo vuelos
por mil aire hasta las nubes.
Colores de hojas,
colores de otoño,
ocres y rojizos,
verdes…más colores,
marrones de tierra,
sequedad sin flores.
Suave y lejano. Sol que orbita como un dios,
que dora las arenas y enrojece los pámpanos.
Mi cuello te siente al agarrar la uvas,
al enseñarte la mano resbaladiza y dulce.
Dios de la vendimia; madre que fecunda
y padre que envuelve en un abrazo.
Dorado Sol de Otoño,
comienzo del cilco lunar que lleva
a la calma.
No parece que pueda caber la poesía
donde tanto se expone oculto, medido,
iluminado falsamente, enardecido en precios
y ocasiones.
Una mujer callada en la puerta con vaso
me miraba.
En sus facciones sin risa, una sonrisa creaba
como delatando su humildad
de estar allí para no comprar nada.
Le di una moneda y me marché pensando.
¿Es poesía el momento?
¿Es poesía lo que siento?
Quizá, tan sólo es un momento.
Asomaba el día como una paloma,
que iba y que iba.
Desde mi ventana, apayada huía
en mis pensamientos viajando dormida.
¡Canto al saltar la piedra en un tris-trás!
¿Qué era aquél canto?
Quizá la paloma volando y volando,
quizá unos pasitos sobre el empedrado,
tal vez…¡una niña de bucles dorados!
Desde mi ventana la vi caminando
como una bube blanda,
vestida de blanco y en su albura,
la hermosura de un canto,
desde mi ventana.
Redonda, sobre el inmenso arriba y sostenida
por la mirada amantes de los ojos:
Luna, cambiante redondez de fruta blanca,
espejo de diosa,primaveral tardanza
cuando las nubes ocultan tu esperanza.
Las miradas sinceras, leales, valientes
son lamparitas de acite
danzando al compás de un viento
contento.
Cómo se alborozan cuando la risa ya viene
cuando el cuerpo se contiene
para no ser mariposa voladora.
Las miradas calladas, tranquilas, durmientes
son lámparas que callan su risa
y en aparente descansar
esperan regresar a la danza de la vida.
Madre Tierra, que soportas mis pasos,
que alimentas mi vida,
que serás el ocaso, lo último que vea,
para volver a ti
en un mutuo abrazo.
Ante ti
mi palabra te reza,
porque sin pedirme nada,
me das la belleza
de estar en tu seno,
sin pedirme nada,
dándome el consuelo
de un día y otro día.
El agua fría.
Sobre las manos y hacia el rostro,
cerrando los ojos en armonía.
Libertad y candor en la caricia,
pureza simple,
la brisa de un beso licuado.
Mis pies pisan tu arena fina,
playa que me soporta, que me domina,
con tu extensión de luz
y calor. Planicie que no termina.
Te cojo entre mis manos,
arena fina,
y resbalan cantando
tus melodias.
Horas calladas, silencio de flores,
las manitas tiernas
sobre los colores.
Horas del día,
horas de noche.
Se despiertan los cantos
y es derroche
el ronronear de los gato
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