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El silencio es la verdad que nada dice.
De mi silencio la mejor palabra
y callar, porque el alma se recrea
en la constancia del saberse sólo.
Los ojos, reflejándose en sí mismos,
espejos singulares nacidos de la luna.
¿A quién mirar con el alma entre las manos?
Y el viento suave hace adormecer la duda misma.
Seamos, aquí y ahora, presencias del Todo.
No diré nombres, ni señalaré lugares,
pero tú y yo sabemos que se nos ha dado un tiempo
para alcanzar la luz o el calor.
Y eso que yo no necesito apenas nada para vivir, me decía ella. Yo callaba porque no quería entrar en discusiones, pero las cosas no me cuadraban. Había estado intentando convencerla de que su situación era buena, no fabulosa como era antes, pero sí para estar tranquila siempre y cuando tomase ciertas medidas.
También había intentado hacerla ver que más vale la lucidez que el taparse los ojos voluntariamente, que no vale culpar más que al destino de ciertas situaciones. Que en un momento dado las posiciones más estables pueden tambalearse.
Esta Cenicienta, como la del cuento clásico, era una pobre chica que había caído en las garras de su madrastra cuando su padre, un terrateniente bastante acaudalado, falleció. La madrastra y sus dos hijas (que eran muy feas) se comportaban muy mal con ella, que vivía una vida modesta.
Un día se recibió en la casa una invitación para el baile en el palacio del rey. Inmediatamente, todo el mundo se conmocionó. La madrastra y las hermanastras de Cenicienta empezaron a pensar en trajes y tocados, en cómo valerse de los afeites para disimular su fealdad. Cuando Cenicienta preguntó, esperanzada, si ella también podría asistir al baile, se rieron en su cara y la llamaron sucia, desaseada, incapaz de presentarse en el palacio para una ocasión tan señalada.
La noche tiene nombre de casi ceguera. Es darle la vuelta a todo lo que consideran luminoso y puro. La noche tiene tonalidades grises, incluso se puede apreciar un púrpura inimaginable. El barrio vacío se mira en la noche. Nadie teme ser reconocido en la oscuridad. Un mundo de gatos y gatas encelados, vestidos como quieren y caminando, sin más. detrás de cualquier esquina siempreestá alguien. Jamás preguntes quién es, o cómo se llama. Cruza la esquina y pasa. Detrás de cualquier esquina imaginas que todo acaba. La noche aumente su oscuridad y no te das cuenta. Detrás de cualquier esquina es suficiente pararse y fumar despacio, como la gente del barrio, como la gente.
Mi amiga de Hamburgo anteayer me llamó para pedirme la receta del cocido madrileño, casualmente cuando me decido yo a inaugurar la temporada este domingo. Quiere hacer una especie de fiesta para invitar a la familia el fin de semana, supongo que serán unos siete u ocho.
Tengo que explicar que ella tiene fobia hacia la carne de pollo o gallina, al parecer les pasó algo cuando era niña con unos pollos de granja que tuvieron que sacrificar (no por enfermedad, quizá no tenían con qué alimentarlos) y comérselos a marchas forzadas. Eso le hizo coger aversión al pollo. También tiene fobia hacia el pescado y el marisco, pero eso ya es una rareza. Quiero decir que no tiene una explicación lógica como lo de los pollos.
Aquella mañana, además del sol, con su luz y su calor, de los ruidos de las manadas de búfalos trotando a los lejos y los tigres atrapando a su presas, lo que despertó a Ahmed de su largo sueño fue un largo chasquido, como de una gota gorda que ansiosa cae al suelo y rebota, seguido del grito de su mujer. Ahima había de romper aguas en un día de sabor seco y agrio, un día donde el sol golpeaba más que nunca y el patio se llenaba por entero de bichos del calor. Las últimas reservas de agua pura se agotaban, y pronto había que ir al río. Aquel día, aquella mañana de tantas otras en el antiguo continente, cuando Ahima despertaba pensando en que recorrería temprano los kilómetros que había hasta el río, un nuevo nacimiento alumbro la casa en el mismo instante en que el sol se asomaba en el horizonte. Un milagro a la par que otro despertó aquel día.
Casas colgadas precipitándose al vacío, pero sin terminar de caer. Así es como me imagino vivir con la cabeza hacia abajo y con los pies hacia arriba. Un mundo del revés donde no tuviera que estar dando vueltas, ir colgada siempre por las emociones y descolgarme de los miedos que tenga, arrojarlos a ese vacío dónde pudiera perderlos de vista, que chocaran con el suelo-cielo para que se enterraran en el fondo de un abismo eterno. Y descubrir la sensación que produciría andar sobre esa superficie llana con esas piedras blanquecinas, cómo sería tropezar con pequeños diamantes cuando la noche ya se ha comido al día, y pararme justo al lado de la luna para preguntarle, ¿ como consigues mantener el equilibro a esa altura de vértigo?.
Abdellah estaba enfadado ese día. Los diamantes no llegaban y no había dinero, el armamento escaseaba. Le pareció que aquel alemán intermediario le tomaba el pelo, así que no tuvo otra salida que pegarle un par de tiros. Tuvo ganas de cortar su cuerpo asquerosamente blanco en trocitos, pero se contuvo. Su jefe habría estado contento, pero a él no le gustaban todos esos espectáculos. Cómo le habían enseñado de niño, el sólo mataba cuando alguien le faltaba el respeto: era su recompensa por el trato que le daban. Con una buena metralla te respetaba todo Dios, eso si que lo había aprendido. Harán lo que él tuviese en ganas de mandar, y el que no, a tomar por culo.
si, lo vi pasar el lunes. como siempre, jadeando y arrastrando el cuero que aun no se había enrredado en el costillar. opaco. cierto. algunas cuadras hasta parar, amarillo de polvo, viendo a travéz del brillo de sus ojos acuosos. en relidad nunca habia pensado en esto pero sabía por que estaba allí.todavía le quedaba algo de tiempo. como siempre. era vano apresurarse. y el riesgo era cero. imaginó lo que sucedería y todo se paralizó. tendria que esperar un poco más. como cada vez. de suspenso en instante volvió a llegar a la esquina sin que nadie lo supiera. sin que nada pasara.
Parece ser que los mengues hacen saltar algún oculto mecanismo virtual para que en Vorem salgan a veces comentarios firmados por “Anónimo” que luego se confirman que tienen nombre concreto. En este sentido, yo tuve hace años un jefe en la oficina donde trabaja entonces que continuamente repetía la frase coloquial conocida como “me cachis en los mengues”. Pero ¿qué son los mengues?, ¿de dónde procede tal vocablo y por qé se les impreca a los mengues cuando algo sale contrario a lo que deseamos que salga?. Me ha interesado este vocablo y lo comienzo a investigar…
Hoy es viernes y tengo que despedir a Echeverría. Mi jefe piensa que ya se lo dije. Pero no es tan fácil. Echerverría es como veinte años mayor que yo y, cuando llegué a la empresa, fue el único que no pensó que mi puesto lo merecía él. Desde mi oficina observo la calle y podré ver cuando llegue. Él siempre anda acompañado por un libro. Ahora mismo debe venir en el Metro releyendo alguna historia de Cortázar o Borges, sus favoritos. “¿Para matar el tiempo Echeverría?”, le pregunté cuando recién nos conocíamos. “No”, me dijo, “para hacerlo vivir”
Chofer maneja malhumorado luego de cuatro horas de sueño (la bruja). Colegial sube medio dormido luego de tres (la noviecita). Chofer lanza monedas al rostro del colegial. Colegial dice improperios sin ningún recato. Chofer detiene la máquina, insulta mejor que el muchacho. Colegial intenta avanzar hacia el fondo. Chofer saca fierro que oculta bajo el asiento (nunca se sabe con los delincuentes). Colegial saca navaja que lleva muy a mano (la gente está tan mala). Chofer golpea a colegial, colegial punza a chofer. Ambos descansan el hospital. Hora de defunción de ambos? 10:40 am.
Doctores resuelven que la falta de sueño hace mal para la salud
Tengo el listado, pero el fin de semana no lo pude decidir. Sé que debo reducir el personal, pero a quién despido. Al gordo Sanhueza, a la chica Susana, a mi compadre Diesel o a la Carlota. Quizá a la vieja Elena, que le queda poco para jubilar. A María ni pensar, espera bebé y el novio la dejó botá. Cómo lo hago, a quién elijo. Todos somos amigos, cómo se los voy a decir. Debo ser profesional, los sentimientos deben quedar fuera. Una moneda. Sí, una moneda.
Ahí viene el Metro, atestado de gente como todas las mañanas. Escojo con la mirada desde el andén a mi víctima, mientras repaso mentalmente el plan. Se abren las puertas. El último en bajar es un hombre todavía somnoliento. “Mi víctima”, digo para mis adentros. Él me mira de reojo y entonces ataco: “Hola, ¿cómo está?, que gusto verlo!!!”, y le doy un fuerte abrazo junto con una sonrisa. Luego me subo y avanzo por el carro. Él gira. Las puertas se cierran y veo con satisfacción su cara de incertidumbre. Pobre hombre, pensará todo el día en quién le saludó, y yo, no puedo esperar hasta mañana para escoger una nueva víctima.
Alfonso Ondaro Vargas (madrileño de pura cepa) fue un excelente compañero de trabajo y es un sensacional amigo que, además de todo eso (que no es poco) es un genial jugador de ajedrez que hace ya mucho tiempo (cuando era una promesa de este deporte-ciencia) fue calificado en algunas crónicas de la prensa especializada como “el pequeño Capablanca español”. Así le llamaban en sus tiempos juveniles. Una especie de Arturito Pomar que abandonó la alta competición ajedrecista (cuando lo tenía todo a su favor para haber triunfado a escala internacional) por motivos ajenos a su voluntad. Bueno. A lo que voy ahora (además de agradecerle públicamente que fuese él el que me enseñó a jugar ajedrez y el que hizo que a mí me guste este juego) es a que Alfonso Ondaro siempre ha sido un expertísimo jugador con las piezas llamadas caballos. Eran sus piezas más queridas y las preferidas por él.