Capítulo Tercero: De cómo Blanca y Nieves recomienzan a vivir…
Blanca y Nieves durmieron hasta el mediodía. Durante sus respectivos sueños ambas notaron circular el tiempo por sus venas. Habían recomenzado a pasar las horas por sus vidas. Ahora eran tan mortales como las demás mujeres de su natal bávara Franconia; como las demás mujeres del Hesse de Hanau; como el resto de las mujeres de Alemania; como todas las mujeres, en definitiva, del resto del mundo…
Despertaron al unísono, cuando ya el sol estaba muy elevado en el cielo de Hanau y hacía penetrar sus cálidos rayos, en medio del frío ambiental, por entre las persianas de la suite del hotel.Sigue Leyendo...
Capítulo Segundo: De cómo Blanca y Nieves comenzaron a liberarse…
Cuando todo era silencio en el bosque de Spessart Rhon excepto los enormes ronquidos que salían de la Casa de los Siete Tíos, Blanca y Nieves se dirigieron, sigilosamente de puntillas, a la habitación de Gruñón. Entraron muy despacio y viendo que éste había dejado el pequeño cofre sobre el velador, sin hacer ninguna clase de ruido lo tomaron rápidamente y, de nuevo de puntillas, salieron al pasillo. Después, sin perder tiempo en remordimientos de conciencia alguno, salieron de la casa a la plena luz de la luna…Sigue Leyendo...
La Muchacha me entregó mi abrigo y el sombrero y, como quien va a buscar leche en las noches al refrigerador, salí entre el vaho de la noche.
“Una velada digna de ser recordada – pensé -, la gente más agradable. Lo que dije sobre el mundo, la filosofía y sobre sentimientos que ellos ni siquiera estaban concientes de que existieran los impresionó bastante; y cómo se rieron cuando les relataba mis aventuras por el sur nuestro pais”. Pero poco después, “Dios mío, es horrible -murmuré-: estar sola en medio de una multitud, quisiera estar muerta”.Sigue Leyendo...
El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En el desayuno vio servida siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó que había nacido un día siete, mes siete, a la hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el siete que iba a competir en la carrera número siete.
Hoy era un día siete. Así que se fue al banco a retirar todos sus ahorros, empeñó todas sus pertenencias, hipotecó la casa y pidió un préstamo de siete millones. Luego, llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico, el número siete, en la ventanilla número siete. Sigue Leyendo...
Capítulo Primero: De cómo Blanca y Nieves tomaron conciencia…
Blanca y Nieves estaban ya verdaderamente hartas. Hartas de esperar, inútilmente, la llegada de sus Príncipes Valientes (azules, rojos o de cualquier otro color porque ya no estaban los tiempos como para poder elegir). Hartas, también, de restregar y frotar, frotar y restregar interminablemente, las marmitas y perolas de sus Siete Tíos protectores. Hartas, igualmente, de limpiar el barro y el fango de aquellas insufribles y cuarteadas botas acharoladas que tenían, obligatoriamente, que dejar, todas las noches, más limpias que patenas.Sigue Leyendo...
Para que los padres entendamos la evolución de nuestros hijos en su paso por la infancia y por la adolescencia, es una buena parábola el cuento escrito por los hermanos Grimm.
La fábula es tan prolífica que, de modo informal, ha sido múltiple alegoría con intencionalidad variada. Algunos se han referido más a la madrastra que Blancanieves, para asemejarla a políticos que incesantemente consultan las encuestas (como si fuese el espejo mágico), y que se disgustan cuando ya no son los más valorados. Otros, también con propósito sarcástico han aplicado el “síndrome de Blancanieves”, para denostar a quienes “sólo se rodean de enanitos” o a quienes “esperan, tras quedarse dormidos, que otros les solucionen sus problemas de manera prodigiosa” como en los cuentos.Sigue Leyendo...
Cierto día, el pintor Salvador Dalí salio de pesca. Llebava una caña doblada en forma de silla, el sedal era de seda traída de Tokio y el anzuelo, de oro puro, regalo de un magnate del petróleo. Lógicamente pescó una trucha mitad trucha y mitad rana. El artista se afanó por sacar la pieza, cuando un viejo pescador de cadqués de comentó:
-Creo amigo, que su trucha no es del todo trucha. a lo que le respondió Dalí.
¡Indudable, es una creación simbiótica qwue converge en la estructura de la rana beso y de la trucha fálica! además sé que a Gala no le gustará para los invitados.
El viejo pescador sonrió respondiéndole: es seguro que las únicas trucas reales que usted puede pescar es con el bigote.Sigue Leyendo...
Eran la envidia del lugar. Sofisticadamente bellas, majestuosas como las caras de las monedas, altas y esbeltas como espigas de dieciocho quilates, en su mirada se reflejaba el cielo y su joven sonrisa brillaba más que la del sol. Parecían dos princesas de cristal y todo el mundo suspiraba al verlas.
Aquella despejada mañana de finales de verano se dirigían, como cada jornada, a recolectar la miel que las aguardaba en las colmenas de su propiedad. Bordeaban el río sosteniendo sendas bolsas con los aperos necesarios para la recolecta de miel. Le tocaba el turno a los panales de las nuevas abejas, las traídas de oriente, que aunque producían la miel más dulce y perfumada se mostraban en extremo violentas al sentirse molestadas. Ya lo habían comprobado la primera vez: se lanzaban como proyectiles contra sus trajes de protección, con una fijación nunca antes vista en todos los años que llevaban en el oficio de la miel.Sigue Leyendo...
No sabía que yo sabía. Estuvimos en el mismo aula. Ella junto a una amiga; yo algo más atrás, junto a la ventana con un crital medio roto y que nadia ha cambiado. Marta me sorprendía con sus ojos, con sus pendientes, con su manera de aproximarse a todo lo vivo. Me enamoré sin darme cuenta, y cuando descubrí que era muy fuerte la sensación, dejé que se quedara en mi memoria. Marta me ignoraba, como ignoraba a todos. Ella bajaba del mismo autobús y sorprendía al personal riéndose a carcajadas. Marta dejo de venir. Simplemente ignoró, siguió ignorando que alguien, quizá muchos estábamos prendados de su risa.Sigue Leyendo...
Salían del colegio con una paloma en la mano. La paloma era de papel, pintada de colorines. Una paloma diferente a todas, ni viva ni muerta: una paloma en el papel pintada. Salían hablando de paz. Me sorprendió ver sus caritas de niño y la paz en su manos en forma de paloma. Les hablaron de la paz, de la paz de cada día. Por la tarde la merienda. pan con chocolate o cualquier cosa que dé sabor a sus cuerpos. Cerca de la escuela, la papelera comenzó a poblarse de papeles y palomas, de palomas de verdad picando los trocitos de bocadillos tirados. Las madres hablaban. Los padres paseaban por el barrio. Fútbol y más fútbol, nadie se fijaba en las palomas, ni en los niños. Pensé en mi paz de cada día. Elegí dejar el momento. Volvería el próximo año a pasar por las mismas papeleras donde nuevas palomas volaran hacia el horizonte de una ingenua esperanza.Sigue Leyendo...
¡Un grito en la madrugada! Pared con pared vivo junto a Alberto. Tiene cuatro años y ya simula ser feliz, porque le han dicho que lo sea, que aproveche la vida de niño antes de ser hombre. Este ser hombre equivale a cumplir los once o doce años, porque aquí se empieza ahora la existencia que se ausenta de los miedos. Alberto grita asustado. Tiene pesadillas y cree ver a mónstruos vestidos con bata blanca, que le san los dientes y le obligan a comer pan integral. Alberto no sabe cómo ahuyentarlos: sólo grita y se despierta llorando. Su hermano Miguel le quiere mucho y le abraza para que no piense en nada que no sea bonito. Alberto juega en plaza bordeando los árboles, con su bici nueva y el pantalón vaquero. La vida va con él, y los miedos los colecciona, porque´así empiezan las historias más humanas.Sigue Leyendo...
El bar estaba abierto de día y de noche. Su continuidad era el recurso de todo, el hogar acogedor de mil borrachos, de mil amigos, de conversaciones inevitables sobre la vida y la injusticia. En la barra estaba Adrián, un chaval del barrio que había cumplido los dieciocho. Llevaba el pelo teñido de rubio y un par de aros en las ortejas, como si fuera un pirata de cualquier Caribe. Servía en silencio. No miraba a los ojos. Parecía presentir la intensidad contínua del ruído del bar. Le pillé un día leyendo a escondidas. Era un libro de baudelaire, las Flores del Mal. Al verme se asustó y guardó el libro bajola barra. Abrí mi libro y le pedí una cerveza. Me la puso con cuidado, sin mirarme a los ojos, sin decirme nada. Al poco rato alguién entró borracho y comenzó a insultarle. Adrián se asustó. Era como una de esas flores de Baudelaire, sólo que no tenía esa inocenciano perdida de algunos adolescentes. Alguien se acercó al borracho y le sentó en una silla. Adrián seguía callado, como si todo el bar fuera el infirerno de sus desdichas. Vi que su libro se estaba mojando en el suelo. Lo recogí y lo sequé con unpar de servilletas. Al entregárselo, me miro. Sus ojos parecían dos espejos, claros y difusos. En su mirada no existía aquél lugar, tan sólo un libro de poemas y una circunstancia.Sigue Leyendo...
Salía del colegio con una bolsa de plástico llena de agua y dos peces de colores. Era pequeñito, como esos niños que nunca aparentan la edad que tienen. Su mochila enorme aplastaba su espalda. Miraba entusiasmado su bolsa oceánica sin pensar en nada ni en nadie. Era pequeño, bajito, seguramente de esos niños que tienen la risa en la boca como pegada y constante. Quizá esa pequeñez le impidió darse cuenta de que el semáforo había cambiado de color. Los coches se adueñaron de su mochila, de sus deportivas desatadas, de su bocadillo de chorizo. El impulso de salida fue una parada inmediata. Gritos en la acera. En la carretera, en mitad del paso de peatones, agarrando una bolsa vacía sin océano y sin peces, dejó de ser el chico bajito, la espalda de tortuga, el intrépido buceador que atravesó sus ocho años, casi sin darse cuenta.Sigue Leyendo...
Le llaman el hombre pobre. Siempre está en el supermecado, entre la puerta y la calle. No dice nada. Lleva un vaso en la mano y lo acerca a quienes pasan. No sé ni su nombre. Le veo todos los dias y noto su silencio. Le llaman el hombre pobre, porque nadie le ha preguntado ni su nombre o si es rico. Está allí, en el supermecado de mi barrio, entre la puerta y la calle. Supongo que vive, que no es de plástico, que no lleva barba porque es de izquierdas. Nunca le he dado nada, porque soy pobre como él, como la única papelera de mi barrio, como la campana de la parroquia donde dicen que viven como Dios. Quizá el resto de los que vamos al super seamos aún más pobres, menos valientes. Me da vergüenza demostrarle mi riqueza invisible. Él es un superviviente, un desertor del consumo, un parabrisas de la sociedad, un paragüas sin tela, ni plástico, ni nombre quizá.Sigue Leyendo...
El templo de Isis, soportado por las arenas del desierto. La diosa Madre sostiene sobre su regazo al hijo engendrado por el Misterio. De su leche nutricia el Nilo se alimenta y toda la tierra crece al salir el Sol. Madre eterna y fecunda, abundante como las cosechas del Delta, a ti alzamos la mirada porque tu inmenso amor es la generosidad de la lluvia, la crecida del Nilo, los humedales con garzas de largas patas y plantas de papiro: a ti la gloria y la eternidad. Isis, desde su silla de oro, se transmuta en María, en Vírgen circular que, rompiendo la línea histórica del Tiempo, sigue llegando a los templos del Mundo. Isis a ti la gloria de los hijos de la tierra, de los escondidos tras los árboles, de los enclaustrados en monasterios, de aquellos que de ti siguen naciendo.
El Sol declina sobre el horizonte de oro. En ese estado intermedio, el velo del templo se cierra, y la Madre, acunando al hijo eterno, inicia su vuelo hacia las constelaciones.Sigue Leyendo...
El sol resplandecía sobre su cabeza e iluminaba sus cabellos como si fuera un dios. Íkaro habitaba en un sueño que vivía dormído y soñaba despierto. Su silencio se acusaba más y más porque su deseo no le abandonaba nunca. Desde la ventana miraba el mar, contaba sus olas, se mecía en el viento cambiante de las horas. Todo lo demás era el decorado de su monotonía, la ausencia de estímulo, la necesidad de ser algomo más que un ser humano.
Estaba encendiendo su cigarrillo. El humo se apoderaba de los paseantes e incluso alguno giraba la cabeza prohibiendo la calada. Gente de ley, de esa que come el turrón televisivo y duerme en almohadas de anuncio a dos por una. La acera es un mundo donde él soñaba que era una farola. le daba igual estar apagado durante el día, y que los perros mearan sus raíces postizas. Ser farola y fumar eran sus dos únicos sueños. La acera le daba seguridad. La gente le obligaba a estarse quieto, como esos actores que juegan a ser estatuas vestidos de cristal o de mármol e incluso de acero. Ser farola le daba un toque. Curiosamente quería ser farola y no farol, quizá por lo sugerente de las formas, frente a una obligada rigidez. Cuando acabó de fumar cerró los ojos y miró hacia la luna. Ella sí estaba allí. Le comprendía porque, siendo farola, estaría con él todas las noches.Sigue Leyendo...
Siempre despiertas con ganas de vomitar
Toses, escupes: ¿pesadilla o realidad?
Te levantas con la ruina en tu pecho
otro día a tratar de olvidar
Y en la calle contando tus pasos
preferirías avanzar hacia atrás.
Llevas tatuado en tu cabeza rapada:
“Era de otro” la única mujer que amabas
“Mi madre, la única mujer que he amado”
En tu cabeza rapada, llevas tatuado.
Era demasiado increible que la palabra maricón pasara a ser un apelativo cariñoso, con sentido y consensuado. Le había dado un puntazo aquella mañana. Estaba cansado de estar alerta en el metro, de fijarse en los paquetes de sus compañeros de clase, de jugar a ser el silencio eterno, para evitar sospechas. La idea estaba clara: ver de cerca ese mundo en el que se movían los chicos como él y abrir lo ojos a una realidad desconocida. Estaba nervioso. Abrió con miedo la puerta de la sauna y bajo las empinadas escaleras. Tocó un timbre y se sintió como el preso de la peli al que dejar salir a pasear. Pagó la entreda. Con una llave y un número localizo su taquilla y comenzó a desnudarse. Había personas a su alrededor. Unos miraban, otros se acercaban con disimulo y él…no levantaba los ojos del suelo. Sigue Leyendo...
Me las contaba el viejo Justo Mencey en la isla de Fuerteventura, en Puerto de Cabras, frente al mar, todas las tardes en que acudíamos sus nietas María Jesús y América y yo desde Puerto del Rosario. Y a través de aquellas historias del Mencey pude enterarme de los orígenes reales e irreales de los guanches. Casi todos dan por seguro que los guanches fueron beréberes que emigraron desde Norte África a Canarias varios siglos antes de nuestra era, cuando se desertizó el Sahara. Pero Justo Mencey seguía aferrado a la idea de que sus orígenes fueron vikingos o celtas, por aquello de la alta estatura, los cabellos largos y rubios y los ojos azules…Sigue Leyendo...
Me gusta el silencio. Es siempre objetivo. Carece de inventadas emociones y te deja ver lo que en realidad es el tiempo. No puedes jugar con él. No caben demasiados diálogos. Nunca aprendió a hablar y quizá jamás lo haga. Me gusta sentirlo vivo; que nadie le haga de más o de menos. En su justa medida es lo que es y punto.
Darte cuenta de que escribes en silencio, de que tus palabras son impulsos eléctricos,que nadie inquieta lo que digas. Pero entonces firmas un pacto con ese silencio y vas cayendo entre sus redes poderosas y callas y te ausentas y no dices nada. Una vez más se aprende que el verdadero valor es muy escaso, que toda euforia luego se desvanece, que puedes seguir una eternidad diciendo y diciendo y nunca hallarás ese pacto de silencio con el que sueñan los sabios, o en el que se encierran los niños.Sigue Leyendo...
Se despertó muy temprano. No quería abandonar el sueño porque no sentía nada en él. Un día de trabajo intenso. Al rato alguien le llamó por el móvil. ¿Hablo con el idiota? se quedó sorprendido. Era una broma de algún amigo, o quizá algo más directo. Su suspicacia lo había convertido en un lector de falsas señales. No respondio. Al otro lado alguien le dijo que mirara en Vorem. Lo hizo al ratito. De momento no reconoció nada especial. Por casualidad vio escrito Diciembre. Pinchó y un ligero temblor sacudió su cuerpo. Ahora quedaba el asimilar ese bonito regalo.Sigue Leyendo...
Hace muchos años, cuando los ojos se fijaban en el Sol y no en los escaparates, la noche se apoderó del mundo. La luna empalideció hasta lo imposible y las abejas dejaron de fabricar cera y miel. Los rios bajan preñados de agua y los peces, desorientados por una luna débil, se estrellaban contra las rocas. A nadie sorprendía que ésto pasara. La Tierra fría tiritaba. El rayo anunciaba la presencia de la nieve. Era la presentación de un cambio de estación. Hombres y mujeres sentían miedo. Buscaban la luz y el calor, pero atentos, sabían esperar abrigados en sus pieles de oveja o en sus grandes jerseys de lana. Todo olía a respeto por cada acontecimiento y nadie perturbaba el paso de las aves migratorias. Era el momento de acostarse pronto y disfrutar del sexo. Nacerían hermosos niños en los meses de luz. Los cuerpos sabían más de sí mismos, porque se necesitan para sobrevivir. Las navajas, además de cortán las hogazas, tallaban barcos en la madera, animales, cabezas para bastón, juguetes nacidos de las manos de padres y abuelos. Las risas no faltaban en las cosas, ni el olor a aceite frito ni a tocino. Era entonces cuando llegaba el momento mágico en el que la oscuridad era más negra pero no llegaba más alla; después, un poquito más de luz y otro más…hasta que el Sol regresaba de su largo viaje.Sigue Leyendo...
Entraba a las ocho de la mañana y la cara no era la suya. Frío, como si costara vivir y el aire te hiciera daño. Estudiaba peluquería. No le gustaba demasiado, porque le resultaba agotador estar al servicio de una jefa impasible. Esa ñamana llegó una anciana con un gorro lila. Cuando se lo quitó todas las chicas temblaron: casi ni un pelo. Le tocó atenderla a ella. ¿Cómo está usted? y se repitió la ceremonia hasta el agotamiento. La chica estaba nerviosa. Metió a la anciana en el secador y supuso que el calor podría acabar con ella. Pero su instinto protector hizo que no ocurriera nada. Salió como una reina, sonriendo, con los cuatro pelos en un nirvana de iridiscencias. ¡Ya está! Un poco de laca culminó con aquella tarea de dar vida a un cráneo y cuatro condenados a muerte por la edad. Un milagro de la madre Peluquería.Sigue Leyendo...
¡Vale! y con un saludo terminó todo. Alguien escribió en mi carpeta una dirección. Antes de enviar nada leí lo que en ella aparecía. Me resultó un montón de escritos que se agolpaban. ¡Bueno! No me gusta ser colectivo en exceso. Me atrae el individualismo y un cierto lado extremo de la vida. Pero lo más importante es que esta página es como circular por la calle sin que nadie te conozca y sin conocer a nadie. Eso es bueno. Todos a su bola. Diciendo. Como en un blog sin fin donde se te premia con salir en un enmarcado de más lujo. No me importa quiénes escriben. Leo. Me pregunto si no será todo un inmenso juego donde se vuelcan posibilidades. Quien me dio la dirección me llamó el otro día. Me fecilitó por estar escribiendo. Le dije que no sabía hasta cuando. Por ahora disfruto del sin sentido de todo. Escribo para mi y me basta. Soy suficiente y creo que veo muchos adornos de navidad que cuelgan de un árbol sin raíces. Pesimismo. Me gusta la palabra, me gusta porque suena a retal, a rebaja de cualquier estación y además…empieza por P.Sigue Leyendo...
Había nacido para jugar el papel de idiota en esta vida. Su primera verdad
fue descubrir que ser idiota no le suponía dolor. Pasó el tiempo y le resultaba imposible dejar de ver lo que le obligan a ver.Cuando hizo la primera comunión le vistieron de gris porque el blanco resulta demasido caro. Entró como un adicto en la sacristía de su parroquía, porque al menos si era idiota podía llevar colores más vivos. La segunda verdad que descubrió fue quedar obligado toda la vida a salvarse del demonio, y esto le asustaba. Como una rata se metía entre las sábanas mientras su mente gris buscaba la ayuda de un ángel vengador. Le salieron canas antes de tiempo. No supo jamás que hombre había llegado a la luna. Tampoco supo si podía amar o podía odiar, porque los idiotas se fabrican con precisión absoluta. Cuando llegó el momento de morir descubrió la tercera verdad. Estuvo en el hospital mirando hacia la pared durante una semana. Era blanca. Allí no ocurría nada. Le tranquilizaba. Una mañana cerró los ojos y sintió miedo. No dijo nada porque no había nadie a quien revelar la tercera verdad, ésa tan importante que se llevó con él.Sigue Leyendo...
Así comenzaba siempre sus cuentos el joven Miguel en el paseo, junto a la estatua del ángel caído, muy cerca de los vendedores de globos y caramelos, los tragafuegos y los artistas del guiñol…
En un lugar de Galicia, entre sierras y praderas, nació Miguel de la Vega y Conso, criado siempre bajo los cuidades de Menchu, la abuelita que lo arrimaba al calor del fogón mientras ella asaba castañas y le contaba viejas leyendas de trasgos, meigas, santas compañas e historias de amores narrados en los jueves de comadres. Y así se hizo joven soñador y comenzó a ir a las aldeas cercanas, cantautor de gaita y tamboril, inventando sus propios cuentos mágicos. Sigue Leyendo...
Los animales sintieron que algo pasaba, una espesa columna de humo se elevaba en el horizonte. Fueron instantes de tensa calma, todos estaban expectantes, parecía una imagen congelada, como si un dedo todopoderoso hubiera oprimido el botón de stand by de la vida.
El silencio ensordecedor fue interrumpido abruptamente por el crepitar de una melodía ecléctica, era la novena sinfonía en versión teléfono celular. Era el móvil del tigre que atendió presuroso, le avisaban que la catástrofe era inminente y le aconsejaban desalojar el sector y avisarle a los demás animales. El enorme felino tembló. Los demás esperaban las novedades mientras con medida calma el tigre les informó de los últimos acontecimientos. El caos sobrevino. Todos los animales huían sin rumbo fijo mientras el felino encendía una baliza para indicarles el camino correcto. La desesperación provocó innumerables accidentes. Decenas no pudieron lograrlo. Se vivieron momentos de locura, la mayoría de las víctimas fueron muertas por la turba que corría desesperada, aunque un antílope murió a manos del viejo tigre que pensaba que total, quién lo notaría?Sigue Leyendo...
Delmiro Sanabria tenía por costumbre ahuyentar los mosquitos en orden, porque nada debía hacerse en forma aleatoria para el hombre, no señor. Primero estaban los que molestaban la vista y el oído, después los que se empecinaban con intentar succionarle la sangre del cuello y las manos. Raramente se tenía que proteger el torso porque fuera la época del año que fuera, aquel personaje del pueblo siempre estaba ataviado con un buzo de lana cruda, más bien grueso. Ahora bien, dejada de la mano de dios, casi abandonada, se encontraba la parte inferior de su cuerpo, y no es que las picaduras de los insectos no le molestaran, la razón que esgrimía es que si se movía demasiado se le podía espantar la pesca. Las lombrices tenían que ser clasificadas y debidamente acondicionadas antes de salir a pescar, no sea cosa que el individuo se fuera a encontrar alguna tarde frente a alguna circunstancia imprevista en el momento de ejercitar su deporte favorito: el baño de río de lombrices al que él solía definir como pesca.Sigue Leyendo...
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