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Amor eterno.

Como piojo urticante,
adherido a tus cabellos,
me alimento sin soltarte,
de tí acompañándote,
sin siquiera tú saberlo.

Apasionado soy de tí,
no quiero dejarte ir,
no puedo perderte,
que será de tí sin mí.

Grekosay.

Un pensamiento me invade,
en mi soledad me siento,
inmensamente desamparado,
recuerdo un escritor polifacético,
que me entusiasmó en mis inicios,
en esta vida iniciática que supone,
el ser poeta de los mediocres.

Recuerdo su primer comentario,
diciéndome de muy bellas maneras,
“Hay un momento en que la palabra,
se aproxima a la pintura y tú,
estas muy cerca saludos”.

El viaje.

En forma de V girada,
con el vértice en cabeza,
como capitán de formación,
en la cabecera voy guiando,
el largo viaje que nos llevará,
a lejanas tierras olvidadas,
perdidas en el fugaz tiempo,
verdes lagos donde retozar,
pasando el invierno al abrigo,
de las heladoras nieves blancas.

El renacer.

Se levanta la fría losa,
que acaricia pesadamente,
el silencioso negro del zulo,
de mi lúgubre morada eterna.

Siento el aroma de la noche,
el aire fresco entra taimado,
acariciándome los huesos,
suavizando el inmortal dolor,
de mi descarnada calavera.

Vida en azul.

Perdida mi sombra en la balsa,
olvidada en el océano añil,
contrasta el azul del cielo,
con el indigo azul del agua,
mis sentidos están exhaustos,
hundidos en la zozobra final,
del pensamiento furtivo,
del abandono total en vida,
a una muerte miserable.

Sueño en verde.

Perdido en la espesura del bosque,
el obsceno viejo lobo verde,
espera cruel la llegada pronta,
de la joven inocente Caperucita,
la lujuria obscena del lobo salido,
surgido de los fondos del averno,
pone un tono picante a la escena,
la pornografia se siente en la fronda,
estamos inmersos en el sotobosque,
erótico del doble sentir del follaje,
el del verdor y el del adorno superfluo,
que me llevan a pintar este verdinegro,
paisaje lascivo en la arbolada fronda.

Inframundo carmesí.

Miro al cielo y los contemplo,
corazones rojos llenos de helio,
que les mantiene en suspensión,
cual tristes enamorados globos,
goteando sangre amortajada,
que se coagula febrilmente,
en el infinito espacio de su caida,
formando estalactitas espaciales,
mientras abajo las esperan,
silenciosas estalagmitas anhelantes.

Blanco nuclear.

Me despierto de día,
me encuentro camuflado,
en una página en blanco,
no me encuentro,
eyaculado estoy,
en el líquido lechoso.

El vestido de novia,
queda sublime,
sobre el cuerpo níveo,
de la figura de alabastro,
de la muerte albina,
esculpida en azahar.

Agujero negro.

Como ser humano,
esbozado a carboncillo.
me difumino en la negrura,
me desvanezco en el negro,
de los lúgubres sueños.

Despierto mis adentros,
solo capto el silencio,
la oscuridad total,
la negrura infinita,
de la vida en mate.

La lengua de los ojos.(13)

Sólo en el salón, a la luz de la lámpara de pie, en mi sillón favorito, el que uso para leer, termino la lectura, de lo que llevo escrito hasta ahora, de mi última novela.

No acaba de gustarme, me estoy adentrando demasiado, en la novela de género policiaco tantas veces escrita. Esto es muy comercial según mi editor, pero no me convence, debo retomar mi carrera de otra manera. La manera debe de ser impactante.

Tengo componentes que me agradan, un grupo de amigos, un gran amor, una tormenta indescriptible, que se vislumbra de manera espeluznante. Tal vez deba añadir algo más de imaginación, algo de mágia y algún descubrimiento, que nos quede en la retina. Sigue Leyendo...

Febrero 1937.

Triste mi cuerpo,
roto por los disparos,
pasado a bayoneta,
yace silencioso e inerte,
en la solitaria trinchera.

Mis recuerdos exhalan,
el último aliento,
recuerdo mi pueblo,
un pueblo perdido,
uno pequeño olvidado,
de gentes de campo,
viviendo de la labor,
de la labranza,
del ganado.

De hombres y delfines.

El Hombre.

Yo quiero ser simpático delfín,
nadar alegre por mares inmensos,
jugar con olas sin principio ni fín,
sentir fragancias de aromas intensos.

Quiero ver los profundos fondos del mar,
bajar y conocer sus insondables misterios,
subir después a la superficie a descansar,
tras recorrer en silencio sus vastos imperios.

A mi amada.

Me incineraron ayer,
mis negras cenizas,
esparcidas fueron,
por un pesquero,
en la costa Da Morte.

Voy en las olas,
en los corazones,
de los marineros,
en el vuelo blanco,
de la gaviota gris,
en el verde recio,
de las algas marinas.

Vocación.

La sotana negra,
arrugada queda,
sobre almidonadas,
sábanas blancas,
en mi nuevo,
dormitorio,
de seglar.

Vaqueros azules,
raidos y usados,
visto ahora,
abandoné,
un mundo,
de oscuridad,
asomo mi faz,
hacia la luz.

Vida.

Se esconde la luna y asoma el sol,
los trinos del jilguero apagan el silencio,
el bosque se despierta afablemente.

El rumor del agua de los arroyos,
alegra el son y crea un ambiente,
de belleza inhóspita sin parangón.

Aire fresco matinal mece verdes hojas,
la luz invade el bosque por doquier,
es belleza en estado puro y natural.

La carta

No sabía lo que era una carta,
jamás me habia llegado ninguna,
cuando sonó el timbre no lo imaginé,
salí en gayumbos a la puerta principal.

Una chica vestida de amarillo y azul,
con un carro de compra también amarillo,
me entregó después de verificar mi identidad,
un sobre blanco y perfumado en la mano.

Instinto.

Los rayos del sol se sumergen,
en un brillo refulgente del agua,
en la verde charca donde la rana,
reposa en la hoja del nenúfar.

El rumor del viento trae recuerdos,
de sonidos de una infancia ya pasada,
de un amanecer suave y eterno,
en una madurez blanca y almidonada.