El gato Feliz era un estudiante prodigioso. A sus cinco añitos de edad ya hablaba, correctamente, hasta siete lenguas. No solamente dominaba el español sino que hacía virguerías con el francés, el inglés, el alemán, el italiano, el portugués y hasta el ruso. Por ejemplo, sabía decir trípode en español, trépied en francés, tripod en inglés, dreifud en alemán, trepiede en italiano, trípode en portugués y hasta tpehóra en ruso. Lo que sucedía con el gato Feliz es que no sabía lo que significaba trípode en español, ni trépied en francés, ni tripod en inglés, ni dreifud en alemán, ni trepiede en italiano, ni trípode en portugués, ni tan siquiera tpehóra en ruso. A su tan corta edad ya se permitía esa clase de lujos. Por eso de mayor quería ser como Garbancito y, también por eso, acudía todas las tardes al gimnasio no para crecer y ser un Tarzán sino para encogerse todo lo máximo posible sin importarle, para nada, lo que decían los demás de él considerándole un bicho raro; aunque, a decir verdad, el gato Feliz era un gato normal pero sólo tenía un defecto y es que era corto de vista desde su nacimiento.
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Cuentos
Saltamontes
Era su palabra clave. Cuando se provocaban tanto hasta discutir, era el freno de mano. La forma de recordarse que se querían más que lo fuerte que fueran los gritos. “Saltamontes”. Dicho con los ojos como platos, como el que se ve al borde de un precipicio a punto de caer. Frena o nos estrellamos. ¡Saltamontes!
Pero por olvidarse de lo que se querían, se olvidaron de su clave, y ya estaban estampados contra el suelo.
Ella a veces esperaba oírlo, o que él lo escuchara. Un día le pudo el recuerdo y no pensó demasiado. O no friamente.
Escribió “Saltamontes” por las calles cercanas a su casa, esperando a que él lo leyera y recordara lo que significaba.
Él pasaba todos los días justo por delante de una de las pintadas sin que su memoria hiciera caso. Hasta que un día, en esa misma calle, se topó con una pareja discutiendo. Con vergüenza ajena, y propia al verse reflejado en ellos, giró la mirada hacia otro lado, hacia el punto exacto donde se topó de nuevo con la que era su clave. “Saltamontes”. Recordó entonces lo que quería decir para él, para ellos, sin pasársele si quiera por la cabeza quién había estado detrás del rotulador que la escribió.
Siguió recorriendo calles, aturdido por los recuerdos que habían comenzado a sucederse como secuencias de cine, y las otras pintadas empezaron a aparecérsele donde siempre habían estado pero nunca las había visto. La cabeza le daba vueltas. No podía ser ella. No podía haber ido escribiendo por las paredes. No podía estar pidiéndole una tregua.
Emboma Milinifaxi Nociomo (Cuento Africano)
Julia Amparo detuvo el jeep ante el único cafre que encontró en el camino; el cual quedó ensimismado y con todas sus hormonas calientes y bien despiertas en cuanto la vio tan hermosa y tan excitantemente provocativa, vestida con la camisa ajustada a su escultural cuerpo y aquellos pantalones cortos que la hacían tan apetitosa.
– Por favor, caballero… ¿voy bien para Durban?
– ¿Quién es usted?
– Soy española.
– ¿Qué quiere decir española?
– Que he nacido y vivo en Madrid.
– ¿Qué quiere decir Madrid?
– ¡Venga ya, cafre! ¡Basta de tanta ignorancia y tanta falta de cultura! ¡Soy extranjera! ¿Vale?
– No hace falta chillar. Nadie nos está oyendo.
– ¡Si cree que chillo por tenerle miedo se está equivocando del todo! ¡Cuidado conmigo que soy mucho más peligrosa de lo que parezco! ¡He liquidado ya a muchos como usted!
Pepa y Lola, las de las flores.
Pepa vende rosas. Lola vende claveles. Las dos se ubican… ¡válganos el cielo cuando las da por discutir!… en la puerta del mercado donde el olor a aceitunas reclama la atención de las curiosas comadres. Pepa es una niña mientras Lola ya está bien entrada en años. La gitana Lola está deseando perder de vista a la paya Pepa…
“¡Oye, niñita de los peines! ¿Por qué no te das una vueltecita por los buenos aires y luego vienes y me lo cuentas, esaboría?” “¡Ni hablar de la peineta, doña Lola! ¡Yo he venido antes y tengo todo el derecho de mi sangre andaluza para estar donde he llegado!” ¡Válganos el cielo cuando las da por discutir! Es entonces cuando interviene él. “No discutan por culpa de las flores porque no hay razón suficiente para hacerlo. Voy a comprar un ramo de rosas y un ramo de claveles y sanseacabó la discusión” Es “El General”. En el arrabal se han tejido muchas leyendas sobre “El General”. La mayoría de todas ellas le presenta como un antiguo resistente. Uno de aquellos maquis que huyó a las montañas pero decidió, un atardecer cualquiera, de que era llegada la hora de ser parte de una pequeña sociedad. Y dejó sus heroísmos para convertirse en todo un personaje real dentro de todos nosotros. Las mujeres le adoran como si fuese un dios de la felicidad. Y él es feliz mientras se siguen tejiendo leyendas sobre él y su espigada silueta más propia del hambre que de las ganas de seguir en forma.
El gallardón y el tabernero.
Todos le hemos visto llegar, subido todo bien tieso y estirado, en su caballo alazán y con la flamante insignia del “Opus Dei” reluciendo en su pechera: ¡Un escudo de madera representando las armas que Josémaría Escrivá de Balaguer y Albás, marqués de Peralta, dispusiera, por inspiración divina según dicen los más reaccionarios de entre los católicos, como propias de la Obra por él fundada! Ha sido “La Lagarta” la primera en poder reaccionar…
“¡Ostias, qué tipo más guapo! ¡Vaya galán de cine! ¡Parece todo un gallardón!” Y ante el malhumor de “El Navajas”, al cual los celos le devoran el alma, todos hemos soltado una carcajada general y como “El Gallardón” reconocemos a este singular y flacuchento personaje que, como salido de la penumbra, se planta ante nosotros mientas su caballo, asustado por la pillería, ha soltado unas cuantas bostas bien significativas de que come mucho mejor que cualquiera de nosotros. “El Jarales” ha tomado ya una piedra para hacer puntería con el escudo que lleva “El Gallardón” sobre su pecho; pero “La Lagarta” se lo ha impedido mientras ni “Moris” ni “Dalton” han podido hacer otra cosa sino quedarse con la boca callada…
¿Quién mató a Billy El Niño?
– Yo sólo quiero saber si mi hijo está loco, doctor Madigo.
– Señora Pitaluga, los psiquiatras no somos dioses.
– Sé que ustedes no son dioses, pero sólo me importa la salud de mi hijo.
– Quizás sólo sea un proceso desequilibrado de su adolescencia.
– ¡Le advertí un millón de veces que no leyera tantas novelas del Oeste! ¡No las lee! ¡Las devora!
– Leer novelas del Oeste no es síntoma de locura, señora Pitaluga.
– ¿No sucedió eso con Don Quijote por leer tantas novelas de caballerías?
– Don Quijote es una ficción. Su hijo es una realidad. ¿Comprende la diferencia?
– ¡Un millón de veces he tirado a la basura sus novelas del Oeste, pero siempre vuelve a llenar su dormitorio con esa basura literaria!
– ¿Cómo sabe usted que las novelas del Oeste son basura literaria? ¿Quién le ha contado esa mentira?
– ¿No es basura literaria las novelas del Oeste, doctor Madigo?
– Ni más ni menos que cualquier otra afición exagerada. Un joven adolescente puede volverse loco escuchando música clásica, pero lo normal es que nunca suceda eso.
– ¿Se atreve a comparar la música clásica con las novelas del Oeste?
– Me atrevo a afirmar que el hecho de que su hijo lea tantas novelas del Oeste no quiere decir que esté loco. Esas novelas pueden servir para desarrollar la imaginación y desarrollar la imaginación no es una locura sino abrir espacios a la fantasía de los adolescentes.
-¡Prefiero mil veces que se hubiese aficionado al fútbol o que se hubiese enamorado de una chica!
– Debe usted saber, señora Pitaluga, que por culpa del fútbol algunos adolescentes pueden llegar a convertirse en asesinos y que por culpa de enamorarse de una chica algunos adolescentes pueden llegar a convertirse en suicidas. ¿Cómo llama usted a eso, señora Pitaluga? Querer ser como John Wayne puede ser más saludable que querer ser como Cristiano Ronaldo o que Shakira sea su novia. El funcionamiento del cerebro humano es mucho más relativo y sorprendente de lo que creemos. Su hijo puede ser un genio y no lo sabemos descubrir.
– Lo dudo, doctor Madigo, lo dudo.
– ¿Cómo va con sus estudios?
– En Literatura, Historia y Geografía no tiene ningún problema; pero en cuanto a Matemáticas, Física y Química, nunca las aprueba en junio aunque las aprueba en septiembre. Nunca ha tenido que repetir curso. El idioma español lo domina a la perfección. ¡Cuando no lee novelas del Oeste siempre está escribiendo!
– ¿Qué escribe normalmente?
– Poesía. ¡Es un enamorado de la Poesía!
– Lo cual quiere decir que su hijo es normal.
– ¿Puedo hacerle una visita?
– ¡Adelante, señora Pitaluga! ¡Pase y hable con él!
– ¡Hola, mi pequeño Miguelito! ¿Cómo estás, hijo mío?
– ¡Muy feliz, mamá, muy feliz! ¡Acabo de matar a Billy El Niño y ahora voy a por Liberty Valance!
De la Hora de Jesús
¡Tang! ¡Una! ¡Tang ! ¡Dos! ¡Tang! ¡Tres! ¡Tang! ¡Cuatro! ¡Tang! ¡Cinco! ¡Tang! ¡Seis! ¡Tang! ¡Siete! ¡Tang! ¡Ocho! El reloj de la Iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro señaló las ocho de la noche en punto. Para comprobar que era cierto, María de la Soledad De la Hora de Jesús consultó su lujoso reloj de pulsera. Efectivamente, eran las ocho de la noche en punto. Un enorme vacío la impulsaba a volver al principio. Siempre el principio como gélida causa de su vida violenta. La vida de una señorita que no tenía más quehacer que seguir, continuamente, huyendo…
llamadme Israel
Llamadme Israel, por favor o sin favor, o llamadme como os dé la gana pero sabiendo que yo soy Israel. Yo siempre estoy firmando mis artículos con el nombre de Israel. Soy un periodista fatigoso pero nunca me fatigo cuando estoy obligado a relatar alguna crónica que siempre firmo como Israel. Tampoco quiero llevar la contraria a nadie que me llame como le dé la gana porque desde mi niñez me he adaptado a ser un camaleón que sabe huir del bla, bla, bla, para pasar desapercibido, porque siempre he estado convencido, y lo sigo estando, de que me llamo Israel y de que me gusta llamarme Israel.
MIÉRCOLES SANTO
Subo al ómnibus y noto a todo el mundo callado, en silencio, preocupado. Por lo que pienso para mis adentros (soy lo suficientemente discreto como para no exteriorizarlo): Gente, vamos a cambiar de cara que a Cristo recién lo crucifican mañana y se muere pasado mañana. El Domingo resucitará… eso dicen…
Mario Pires
Maldición Poeta
Lorenzo Manzana
– ¡Haz el favor de marcharte para allá, Lorenzo! ¡Y también haz el favor de no ir por ahí diciendo que yo soy tu novia, tu enamorada y tu querida amante, sinvergüenza! ¡Cuando te mires a un espejo hazlo de espaldas para no partirlo en mil pedazos! ¡Eres más feo que una cucaracha con erisipela!
Lorenzo Manzana se quedó parado en medio de la Calle Mayor de Madrid.
-¡Que te he dicho, y te repito una vez más, que hagas el favor de irte para allá, con tus queridos y amados camaradas de la CNT, golfo! ¡Me caes más gordo que el Goliat del Capitán Trueno!
– Pero morena…
– ¡Ni morena ni rubia ni pelirroja ni nada de nada! ¡Vete a hacer puñetas con tus queridos y amados camaradas de la CNT! ¡Todos vosotros, los que os las vais dando de anarquistas por el barrio de Bilbao, tenéis menos de anarquistas que yo de monja teresiana! ¡Aburguesados!¡Que tú y todos tus seguidores de Bilbao sois más burgueses que los de Estrasburgo, Edimburgo y Hamburgo todos juntos!
Los musicos
Los músicos de la Cofradía salían de su lugar de recogimiento, habían estado interpretando sus composiciones, pero notaban que les faltaba algo. Y llevaban días hablando de ello. Así pues, decidieron…
Solfeo era un gran matemático y filósofo, muy conocido en la aldea, a él acudían muchas personas para pedir consejo, pues casi nunca decía perogrulladas.
Un día, pensativo entre cálculos estaba él en su estudio taller, y llegaron algunos de los cofrades, querían pedirle algo, hablar con él…
A su vera, estaba Pergamino, su fiel perro, echado, con las orejas en ligero movimiento, medio dormido, casi despierto.
Uno de los cofrades, al llegar: “Maestro, os pedimos que nos atendáis, ¿podéis?.”
El asilo.
El timbre de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú sonó repetidas veces, con tanta pertinaz insistencia que la medio adormilada Arah Ergusson no tuvo más remedio que abrir el interruptor telefónico que conectaba con la puerta principal.
-¡Aló! ¿Quién es usted?
La voz de Porfirio Diosdado Anz Ayayo era implorante y angustiosa.
– ¡¡Por Dios, señorita, ábrame la puerta!! ¡¡Pido asilo político!!
– ¿Está usted loco o me está gastando una broma pesada?
La voz de Porfirio Diosdado Anz Ayayo se volvió más implorante y más angustiosa.
Los papeles del molino.
– Señor Orcajo, estos papeles no tienen ningún valor.
El señor Orcajo se atusó sus bigotes hitlerianos con ambas manos, como siguiendo el compás de una ópera de Wagner.
– ¡Como me llamo Emeterio Orcajo De Juan que, con papeles o sin papeles, el molino me pertenece por herencia directa y legal!
– Si hablamos de legalidad, señor Orcajo, insisto en decirle que estos papeles no tienen ningún valor para poder otorgarle a usted el molino como herencia familiar.
Al señor don Emeterio Orcajo De Juan comenzaron a temblarle sus bigotes hitlerianos, pero insistía, una vez tras otra, en que esa misma tarde le diesen el certificado notarial de que el molino sólo le pertenecía a él y a nadie más que a él. Sacó un pequeño frasco de coñac y bebió un largo trago, secándose después la boca con su antebrazo derecho.
Diciendo adiós…
Cuán difícil es decir adiós…, ella se encontraba pensando en lo mucho que amaba a aquel chico, ya habían pasado varios años desde la última vez que se vieron, pero un día él reapareció en su vida, ya casado, pero cuando escucharon su voz nuevamente, ambos recordaron muchos momentos de su vida, varios momentos felices, él quiso verla, ella no sabía como podría reaccionar, pero acordaron verse.
El día que su encuentro sucedió, él la abrazó y la dio un tierno beso en la frente, ella se quedó sin palabras, él le dijo que no había perdido la esperanza de encontrarla, a lo que ella contestó que si había perdido la esperanza, en tanto él se casó.
Doomsday
Sin paliativos ni medias tintas: se me había revelado que el Día del Fin del Mundo llegaría en breve. No voy a decir cuál era mi fuente de información porque quiero evitar que algún posible incrédulo se permita dudarlo, ni que alguien aún más incrédulo y además bromista decida hacer chistes al respecto.
– ¿Sabes que se acerca a pasos vertiginosos el Fin del Mundo? le dije a Eloy, mi pareja.
– ¿Ah, sí? Pues entonces saca lo que queda del jamón ibérico, descorchemos esa botella de vino superguay que guardamos para una ocasión especial, y esperaremos que llegue de forma satisfactoria, contentos y ahítos.
Un cualquiera
Mi historia, tu historia, no es su historia
Mi camisa, tu café, no es su negocio
Ni la fila del banco, ni la estancia en un lujoso salón
Cuentan algo del cuento que canta.
Guaipe húmedo, extensión de su mano
Temporal sin rostro, cara sin tiempo
Limpia autos de empresarios, la va llevando
Su oficina es grande: la calzada.
Concurso de Cuento de Quito.
Publicación sin publicar.
La Mariposa Encantada.
Erase una vez un Reino que no tenía color porque en él no había alegría y no cantaban los pájaros. Estos sólo piaban en las ramas de los árboles grises. Siempre quietos, nunca volaban bajo las nubes grises. Las casas eran grises, las flores y las gentes eran grises y las mariposas no existían. El Sol no podía penetrar debido a que todo el cielo estaba cubierto con feas nubes de color gris parduzco. El Reino se llamaba Gris.
En un pueblo fronterizo, perteneciente al Reino llamado Color, una niña supo de la eterna tristeza en la que vivían los habitantes de Gris. Todos los días iba a la catedral a pedir a Dios que tuviese misericordia e hiciese volver todos los colores al Reino Gris… porque pensaba que esa sería la única forma de que allí volviese a reinar la alegría. Aquella niña se llamaba Carolina y era hija de María (hermosa princesa india de la región de los Andes) y José (noble español que había unido su amor y su destino con el de la hermosa princesa andina).
Ocre
Ocre es un gato, bonito tirando a rubio, tirando a canela suave, por sus rayas de nacimiento corretea un tigre que aparece y desaparece flexible y buen gimnasta sin botas y entusiasta, experto catador de aromas y de rastros.
Suele ponerse junto a la ventana, arriba en la alcoba, por donde el sol del otro día vuelve, y regresado asoma en sus primeros rayos recién amanecidos desde muy temprano, fue al alba, junto a la acompañada gaviota que pasaba, planeaba, flotaba, con ayuda de leyes físicas y otras fuerzas gravitatorias de atracción y rechazo en el cielo antes y ahora raso.
Microcuento.
Fue un pequeño resbalón.
Un señor ya muy mayor estaba allí sentado. Mirando aquella piel arrugada -parecía un mapa de carreteras-, aquella mirada perdida en los carriles que parecía ya no esperar nada, se preguntó qué se debía sentir cuando se estaba ya tan cerca de la muerte. En ese momento, una ligera brisa le erizó los pelos del brazo, y vió como el tren se acercaba.
Agarrando su mochila, comenzó a andar hacia la orilla del andén.
La trompa de Eustaquio (Mini Cuento).
La trompa de Eustaquio rompió la calma de la aldea. Una especie de letargo prolongado retumbó en el caracol de la huerta, en el estribo de la mula, en el yunque del platero y en el martillo del albañil. Toda la aldea despertó de su larga somnolencia y un estruendo de palabras convirtió el anterior silencio en una borrasca de protestas. La trompa de Eustaquio siguió sonando mientras el zorrillo pardo escapaba con la gallina entre sus fauces.
Ana Grama
Está ya felizmente solo; no sabía que podía sentirse así, se puso a recordar desordenadamente todo lo que había vivido y pensaba que era hora de, rebosante, verter. Conoció a destellos a todo tipo de gente y quería relatarlo todo desde el bobo que fuera su mejor amigo hasta sus pensamientos más mórbidos o costumbres más ocultas como cuando metía sus narices bajo la camisa mientras defecaba para oler profundamente sus propias pestilencias; era un sujeto diferente -quién sabrá cuan diferente- cuando cada persona lleva su propia particularidad sobre su coronilla.
FUEGO, FUEGO
Mis padres llegaron a casa y otra vez incineré la casa con ellos adentro, conmigo adentro, con el mundo entero adentro, una procesión de humanos haciendo cola para entrar a la casa que se incineraba con ganas.
Los vecinos siempre atentos fueron los primeros en llegar.
Con el esplendor de la hoguera llegaron los amigos, saludaron y de a uno fueron pasando a las llamas de la purificación.
El niño bandido del barrio aprovechando la confusión reinante pidió permiso argumentando que buscaría algo intacto que rescatar.
Los animalitos, criaturas del barrio, siguiendo a sus amos con admirable fidelidad penetraron decididos el fuego que todo lo devoraba.
En el…
En el parque hay niñas y niños jugando y correteando y risas,
y lo que no hay son prisas.
El parque está en la calle, la segunda a la izquierda después de
la bodega que tiene dos toneles bastante grandes en la puerta del establecimiento.
Entre esos niños hay insignificantes nubes de polvo que discretamente se elevan, y se depositan sobre los zapatos, y avanzando una pizca más se depositan sobre los calcetines de sus pies pequeños, y sedientos de divertimento, los cordones medio sueltos van correteando tras un balón de plástico ya aturdido, que no sabe a donde hay que ir a parar para quedarse tranquilo en un rincón, pobre balón, en paz descansar quiere, pero no puede, no se lo permiten.
Títeres
Paulo estudiaba teatro; si es que a hacer teatro se le puede llamar directamente estudiar o leer libros, bueno, de cuando en cuando el profe les enviaba a ojear textos de Moliere, García Lorca y el infaltable Stanislavski. Todo el pasar de las escenas diarias le daban idea de una puesta en escena con luces y tramoyas y tal. A este sujeto le impactaban las cosas sencillitas de la vida como el vuelo de un ave, su trinar, el camino recorrido por un insecto o un poco de azúcar derramada sobre la mesa.
Estaba distraido y sin embargo quería insertarse en la sociedad con su locura aunque era muy complejo que lo hiciera ya que el último escrito que sopesará en su corazón hablaba precisamente de ser el hombre más desnudo de los hombres lamentablemente y siempre tapándole algo, La Society, Reality, Royalty, un calzoncillo o peor aún, un boxer, un buzo de moda, unos lentes de sol de la mejor marca.
Cuento I
El frío llegó de pronto. Invadió la ciudad y se colaba por las rendijas de la casa. Sólo había una estufa de leña para calentar todo el edificio. Era una casa antigua, de aspecto victoriano. El hombre se afanaba echando leña a la estufa. Vestía pantalones de pana y camisa blanca. Cuando salía de casa se ponía una chaqueta prestada para tapar los remiendos de la camisa. En las manos tenía manchas de tinta, la señal del escritor.
En la habitación se amontonaban papeles y libros por todas partes, por el suelo y encima de todos y cada uno de los muebles.
Una vez que consiguió que en la habitación hubiera una temperatura que disimulara un poco el frío se sentó a escribirle cartas a los editores, como hacía todos los días desde hacía años. Después de terminar con las cartas empezaba a escribir sus relatos.
Suena el timbre, el cartero. Con otra carta rechazando sus escritos. “Escribe algo que guste”, le decía su amigo, con el que se reunía todas las noches en el pub del barrio, “Algo romántico, con final feliz, no esos poemas y relatos tan tristes”. Pero él se empeñaba en seguir cantándole a la luna poemas y relatos de desamor y melancolía…
como tu y como tantos
No soy nada de lo que ves, lo que me emociona se entierra bajo las caricias del pasado.
No es nada, creeme, no lo es.
La piel me dice mas que las palabras, mas que las miradas incluso.
Descalza, desnuda y sin tacto en la piel, recorro las bahias de tu cuerpo, tatuandome en ti. Dejo los lustros de mi vida en el trocito minusculo e insignificante del recuerdo de mi historia.
Haz las maletas
Un balón entre dos (Cuento Breve)
Venancio se levantó de la desvencijada silla de enea. Al levantar su frágil cuerpo la silla crujió levemente mientras el gato “Ronrón” ronroneaba, plácidamente, junto a la estufa. El ambiente de la humilde cocina era asfixiante… pero Venancio no lo dudó ni un instante más, buscó el balón por toda la casa hasta que lo que encontró debajo de la pila del fregadero. Cogió el balón entre sus manos. Por unos instantes se quedó pensando en los días de partido barrial. Después salió hacia el bar de Iriondo.
Cuando Iriondo vio llegar a Venancio con el balón entre sus manos, un par de lagrimones sinceros surgieron de sus profundos ojos. Así que, ante la propuesta que le hizo Venancio, ni tan siquiera le dejó de terminar la frase. Se quitó la especie de delantal que llevaba puesto, le dijo a Martina que salía un momento para relajarse de tanto trajín y, poniendo su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Venancio, se dirigieron, ambos y al mismo compás, hacia el páramo.
LA SALVACIÓN NO ESTÁ EN LOS LIBROS
Ella dijo:
-Un día de estos voy a quemar todos tus libros. Ocupan mucha espacio en nuestras vidas y en nuestra casa. Todo el día leyendo, pidiendo silencio y que no te desconcentren. ¡Libros de porquería!
Yo dije:
-¡Inquisidora! ¡Gregorio IX! (*)
-Gregorio las talailas. ¡Insurrecto! ¡Hereje! ¡Silencio! ¡Silencio! Todo el día pidiendo silencio.
Cerré el libro, lo tomé del lomo, me paré y lo descargué varias sobre su cabeza.
-Toma, puta, toma.
De vuelta al Plantío.
El tren se desliza entre las ocres laderas de estos pequeños montículos que dejan reposar, sobre sus arenosos cuerpos, la luz plateada de mi vieja amiga la Luna. Y tengo la sensación de transitar por un camino que, de tan ilusionado que es, se ha convertido en un espejo con forma de ventanillas. Mi padre duerme con la esperanza de un futuro renovador. Yo entorno los párpados y me inundo de las estampas que, en el pasado, formaron parte de mi propia historia.
– !Toñín, súbete la bufanda… !.