Hola directo.
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Nicolasa
Hace días, tiempo semanas, que no veo a Nicolasa, semanas ha que no.
Y las tardes aburridas en ellas algún pájaro cantor subido en, y cantando, y a la señora ya no más vista he.
Y antes sí, de tanto en tanto, frecuente, sí, vista, y con su mirada de perdida, de persona algo ida, subida en, extraviada, y con un colgante en, e incluso a veces con un carrito pequeño lleno de.
Me detengo a pensar y veo el recuerdo proyectado en la pantalla.
A veces inclusive sentada he la.
¿Dónde?
Pues en el banco de la esquina, hay tantos. Pero Nicolasa se sentaba en el de la esquina.
El banco al raso que habita tieso cerca del banco donde cobraba su pensión de invalidez.
Y ella en la vida y en el ocio ella, entretanto, en el banco, respaldo de madera, en el cuál sentada mirando el pasar de quienes caminaban entonces.
Se hacía algo alargada en el hablar, cada vez que.
No paraba de hablar.
Y la cabeza, la testa como un bombo, de palabras y más palabras tantas, hasta llenar la mente de pesadez; y uno debía cortar por lo sano y a otra cosa, con suavidad, porque a Nicolasa le encantaba hablar y hablar hasta poner la cabeza como un bombo.
Y tiempo ha que no.
Ya no más.
¡Hasta luego!, me dijo la escuché por última vez una tarde por allá lejana, de esas tardes que figuran gravadas en el ayer, y lo era aburrida la tarde con nubes fingiendo distraídas, con movimientos pacientes como perro de aguas, y han pasado los tiempos semanales, y no, ya no más la he, y aquella fue su última frase, y últimos gestos y pequeños desvaríos.
Expresion
Estaba ultimando
Estaba en bastante silencio, ultimando un poema sobre las cosas de la vida, algunas, las pequeñas y corrientes; y escribiendo cerca de la ventana casi a un palmo y medio, y mirando el cielo ahí delante; y dicen que es grande oscuro de noche, se engrandece cuando no lo vemos cuando a oscuras dormimos, la imaginación, la ciencia, lo hacen muy grande muchos y muchos pájaros tienen allí espacio; pues cerca de la ventana ahí delante, extendido ahí arriba como una idea fija una idea de varios lados, con su color característico según la noche el día el sol la nube.
De sus moléculas surgía la lluvia seca, el bochorno humedal en el cercano entorno; y entonces cuatro pájaros no palomas no, no gaviotas, tampoco; no buitres, no carroñeros, no; no cuervos ni urracas, no patos de estanque tampoco, no.
Avisté pues, tales seres voladores no identificados, y el poema se detuvo se contuvo, se aplazó, y me asomé, en pie, y no tenía un mirador que catase lejos no, y no acerté a finalizar tal poema acaso fluyera, ya no, pues absorto como una narradora imaginativa visualizando un acto de artesano arte puro.
Y lo dejé así, y las aves que no identifiqué no pude, marcharon, y quedó el poema como con la boca abierta a la espera, y entretanto las aves, el cielo las hizo, diminutas en dimensión pequeñez, en remoto desaparecer, dispar algún lugar, por allá a lo lejos.
Y tal vez en algún más allá de estos o de aquellos en lo bendito inexplicable.
Y ya nada advertí, nada, nada más.
Y el poema no protestó, fiel quedó.
Al-daba
Una mano diminuta como el viento, pesada como el movimiento vuelo de la mariposa, una mano de hierro sin sangre, muerta la mano llamadora y golpe, rígido avisar, pues alguien llama, ¡toque!, ¡toque!, ¡toque!
Han sido tres veces, han llamado.
Espera.
Sigue esperando.
La puerta se abre chirriando.
Melodía extraña que abre y simpática una mujer asoma.
Mujer de edad señora, estatura no mucha, a la altura.
Asoma con cara de miedo, miedo a temer, asustada, pero ojos de mirada avispada.
Y la puerta se va separando, abriéndose y pide el andariego recién llegado, hospedarse quiere, está necesitado; quiere, según cuenta un alto en el camino.
Casi cada tarde
Ramón,….me dijo que se llamaba, una vez que me acerqué, abrí la puerta y entré.
Casi cada tarde, sobre la mesa una botella, para él y el vino algo transparente; tinto color amoratado, sonrojado, ruborizado, rubefaciente, rojizo; no sé, puede que peleón, travieso; cariacontecido, y vasos también para alguno de sus amigos alrededor de la mesa; conversación, charla; acompañantes.
Tapón sobre hule, de corcho, de alcornoque. Fagácea, copa hoja verde.
Y el vino, y la compañía, una suma minoría de conciudadanos tres o cuatro amigos, no más, no; junto a la botella medio llena o medio vacía o viceversa, que viene a ser lo mismo son hablares; son populares, son mecanismos, son figuraciones sonidos figurantes en el arte de platicar.
Si tuviese un…
Ah, si yo…
Si tuviese un perro me parece que lo llamaría Mantel pues suena bien y también suena a don Manuel, emérito políglota sobre una cátedra hecha con buenas maderas llamadas nobles ahí sentado hablador de lenguas literarias fuese quizá un tal don Manuel; y lo mismo suena a doña Isabel, la tiradora honesta de cartas, mujer honrada que siempre renunció a utilizar en sus consultas, y más con las cartas ya boca arrima evitó usar vacíos e ingeniosos adornos lingüísticos, espumas con deslumbramientos, y las inofensivas y temibles perogrulladas. Ah, si tuviese un…Mantel lo llamaría.
Es ella
Es ella. Es la mujer con el cabello a la altura de la tarde, con las pupilas llenas de sonrisas hechas de colores. Se detiene ante el sol lejano, se detiene ante los caminos y los senderos, y las sendas, y allí, quieta ella tomándose un respiro lleno de lentitud y tiempo paciente que no conoce prisa; y se inclina y se inclinó, lo hizo ante los caminos para verlos mejor, para disponer de una mejor panorámica; se inclinó, sí lo hizo, para bien mirar en busca del detalle y su pequeñez.
Y con un gesto muy pequeño baja y bajó la mirada, y quedó el pequeño detalle ante sí expuesto ante ella; pues la mujer lo encontró, allí estaba, pues en uno de los caminos a la espera ante sí; y lo emprendió, el camino de los detalles que son pequeños.
El abuelo aquel que…
Había un hombre. ¡Era aquél! Un hombre mayor. Uno que era extraño.
Que al pasar, algunas lenguas, de reojo, comentaban, afiladas murmuraciones.
Era uno que iba caminando lento por los paseos adornados con palmeras, mientras los comensales dormían dedicándole una sueño a la digestión.
Poco limpio atuendo traía oscuro, en vestimenta puesto. Zapatos sucios un poco. Del camino que viste y reviste a la polvareda y viceversa.
Avanzaba en lento paso, camino se abría seguro; se trataba pues del extraño.
Sus manos, fuertes. Asido a una vara de gruesa madera, a la vara se atiene, chocando contra la acera testaruda, como un pájaro picando madera para anidar.
El hombre apoyándose, junto al pasar de las horas redondas, esféricas. Camina, marcando el paso como un miocardio cansado, así transita.
En la otra mano, de tela tejida, un saco.
Tela áspera, belicosa, rasposa, rabiosa, intransigente. Llevaba el saco, sujeto bien, y sin desatenderse del.
El hombre extraño, atávico de aspecto, cogido el saco llevaba desde el hombro por las espaldas medio encorvadas. Niñas y niños lo miraban, ojos con temor en la infancia sincera, risueña y llorosa. Miraba al frente ese tal señor. Miraba un poco cabizbajo; quizá obra de alguna clase de cansancio.
La acera era estrecha. Desde alguna vivienda un televisor, y otro, más allá; el hombre silencioso caminaba a cada paso que daba, un aislado golpecito con la vara, en el pavimento lleno de viento y un trozo de papel en un olvido cualquiera. Acercándose al puente; casi una frontera, allí se dirige; el hombre extraño.
Alejándose. El hombre. Solo. De ropas poco favorecidas. Menesterosas.
Y sus zapatos sucios salieron y salen al paso en un camino polvoriento. El barro, aún. Recuerdos líquidos de un día. De una lluvia, fina y delgada; una necesaria inocentada según el saber de la nube en familia ahí arriba entre agua y cielo.
El viejo hombre avanzaba, con él la consecuente vara.
Se acercaba, regresaba, a la parte del extrarradio allá se adentraba, ora desamparado, ora desmejorado barrio navegando a la deriva.
Un lugar donde los niños y las niñas juegan y jugaban alcanzados por la casi indiferencia, al margen, en otra realidad, jugaban a poner el porvenir en juego; un porvenir casi desfigurado que parece se niega a existir.
Con una sonrisa, juegos en las calles, niños faltos, y sobrados de carencias. Estómagos a veces llenos de un hambre domesticado y que sabe esperar y digerir y saborear.
Los adolescentes subidos en veloces bicicletas, se apartaban a otros lugares, sustraían, hurtaban, allende lejos, de un tirón, unas pertenencias; quizá un robo.
Y luego a media mañana otro, y otro, y a esperar a un mejor momento para otro, y en otro día allende nadie los reconozca.
Personas algo impedidas, mayores. Victimas por los suelos tiradas, sus pertenencias burladas, birladas. Las ropas en parte llenas de polvo al levantarse.
El viejo hombre del saco al hombro; triste. Allí, en el extrarradio. Acá en su tierra se adentró; bajo un portal de pared blanca y manchas no muy oscuras.
Un perro pequeño salía a saludarlo, ladraba el animal, alegre, y las ropas del hombre con olores a maderos quemados en hogueras a la intemperie.
Tablas ardiendo para calentar, al otro lado del puente. Nadie, pocos, a esa parte, no osan.
Casi cada tarde
Casi cada tarde, sobre la mesa una botella, allí el vino y vasos para sus pocos amigos, medio llena o medio vacía, que a fin o a principio de cuentas, resulta, más o menos, ser lo mismo.
Su rostro corporal, está ya muy anciano y colorado y ácido, pero él sigue fumando y fumando su cigarro envuelto en sospechoso humo, uno tras otro, suma y sigue.
Su rostro, pétreo, en el fondo sonrojado, diezmado.
En su rostro la soberbia recogida por el reivindicativo ayer de este homo osado, y de temperamento impaciente y suspicaz mecha, de salud muy delicada andaba el hombre de voz soberbia, crecida voz.
Los musicos
Los músicos de la Cofradía salían de su lugar de recogimiento, habían estado interpretando sus composiciones, pero notaban que les faltaba algo. Y llevaban días hablando de ello. Así pues, decidieron…
Solfeo era un gran matemático y filósofo, muy conocido en la aldea, a él acudían muchas personas para pedir consejo, pues casi nunca decía perogrulladas.
Un día, pensativo entre cálculos estaba él en su estudio taller, y llegaron algunos de los cofrades, querían pedirle algo, hablar con él…
A su vera, estaba Pergamino, su fiel perro, echado, con las orejas en ligero movimiento, medio dormido, casi despierto.
Uno de los cofrades, al llegar: “Maestro, os pedimos que nos atendáis, ¿podéis?.”
En casa de la abuela,
Un niño pequeño llora.
Está sentado en el suelo, sus cabellos algo desordenados.
¿Estará diciendo?: “¡Tengo hambre!”
Una Cazuela llena de comida. Humeante. Recién cocinada.
La criatura llora, sigue.
¿La criatura estará diciendo?: “¡Tengo Hambre!”
La comida va cayendo sobre un plato.
El niño sentado en el regazo de la abuela empieza a comer y ha dejado de llorar.
A cuestas
Hombro a cuestas. Y caminos que no caminan, pero invitan. El macuto, la tierra polvareda, y seca; no llueve.
Macuto. De un color verdoso, al hombro, bien sujeto, no caiga.
Al hombro, el macuto, ya duele. Ya empieza el dolor del caminar con la carga a cuestas, casi siempre el lado, el mismo.
Una clavícula más baja que la otra, dolor silente parece que duerme.
Va despertando según vamos caminando.
Quisiera ser más peso pluma e ir un poco más con el viento, ligero.
Metafísica
Ignoro le dimensión de lo que estamos hablando, ignoro el significado, el símbolo de nuestra conversación, en esta tarde, en la que no podemos salir a pasear; pero estoy viendo a tu gato, ahí, en esa silla, sentado, agachado, quieto, sin movimiento alguno parece una estatua con pelaje suave al tacto; los ojos se le van cerrando, se le van abriendo, con cierta parsimonia su orejas giran buscando diminutos sonidos en el espacio tiempo…
No sé, pero parece que nuestra conversación no le interesa, quizá le aburra, se le cierran los ojos.
Amanecer para ver
Cale amargo
El copropietario del albergue, una pequeña empresa familiar de ámbito rural, había estado desde temprano faenando y ayudando en la casa de huéspedes, y como ya se había hecho la hora prevista, bajaba al comedor, a desayunar antes de hacer de guía para sus clientes, en una caminata, actividad de la casa; una ruta por el territorio.
Su compañera y también propietaria, esperaba, sola, en la entrada del albergue, ultimando detalles logísticos del trayecto, repasaba la ruta sobre un mapa cartográfico apoyado en un banco de piedra a escasos metros de la entrada, donde aún había sombra.
Faltaban escasos minutos para salir, y clima era propicio.
Párrafos
Deambulo lentamente entre las cosas inmateriales de la tarde. Pero esta tarde ha sucedido algo, pues me he encontrado un libro. Un libro abandonado, junto a un contenedor de basuras que cada día aparece olvidado.
Parece un libro viejo, posiblemente usado, la cubierta descolorida de tanto contemplarlo. A ciencia cierta no lo sé, pero quizá alguien lo haya pisado, o también, quizá, amablemente, sido haya manoseado; los libros son, están, permanecen cerrados, para abrir y descubrir, y quizá luego, al tiempo, discurrir.
Quizá venga éste de una buena familia, de una buena casa con calefacción y bonitas estanterías y magnifica biblioteca llena de narraciones parecidas a ésta, aunque sea de ficción.
Ocre
Ocre es un gato, bonito tirando a rubio, tirando a canela suave, por sus rayas de nacimiento corretea un tigre que aparece y desaparece flexible y buen gimnasta sin botas y entusiasta, experto catador de aromas y de rastros.
Suele ponerse junto a la ventana, arriba en la alcoba, por donde el sol del otro día vuelve, y regresado asoma en sus primeros rayos recién amanecidos desde muy temprano, fue al alba, junto a la acompañada gaviota que pasaba, planeaba, flotaba, con ayuda de leyes físicas y otras fuerzas gravitatorias de atracción y rechazo en el cielo antes y ahora raso.
Siempre hay tiempo
Con el tiempo y muchas puestas de sol, y gotas de dudas, y de cuitas leves, empecé a escribir historias.
Me puse a ello con cautela y discreción, me puse a ello dudando, sin los apoyos allanadores del camino escritor.
Me guardé de ser desalentado, o desaprobado por tal sana osadía. De modo que como un monje en su celda fui tejiendo palabras, fui haciendo, seguro de inseguridad.
Escribí y escribí, transcribí del templo de la imaginación al templo de la realidad materializada con palabras, estando a solas en mi frágil y vulnerable mundo. Comencé así un libro de relatos, y logré también acabarlo.
Está publicado con el título: “Por fin se arriesgó… y otros relatos”, localizable en la plataforma bubok.com introduciendo volskiervers en el buscador se nos aparece.
Cuento
Un ratón hubo que me invitó a su casa, la puerta era pequeña, no pude pasar por más que quise, imposible entrar.
Esperé fuera él me dijo, a la espera me quedé, esperé junto al gato de la casa, al acecho el felino mirando, vigilante paciente esperando al ratón que me acababa de invitar a su casa, pero no pude pasar por la pequeña puerta.
El gato ahí fuera medio escondido esperando también al acecho estando, medio mostrándose medio dejándose ver.
En otra ocasión será pensé, veremos si se podrá que el ratón me vuelva a invitar y poder pasar, y no tener que quedarme cerca de la puerta a esperar ante la pequeña puerta para entrar. Sabiendo que el gato de la casa también querría acompañar, en lugar de irse a otro lugar a esperar.
La vía de la simplicidad
El gato se me queda mirando, tranquilo y sereno vigilante mientras escribo este texto, el animal atento. Abre sus pequeñas fauces, bosteza, se relame, se acomoda aún más sobre el cojín, blandengue, cómodo. Por unos segundos panza arriba para ser acariciado así se acaba de posicionar, el animal sigue atento.
El gato se levanta, se arquea como el perfil de una luna media que asciende por la montaña invisible, luego baja un poco el lomo y se marcha caminando con elegancia y buena suspensión independiente en las cuatro patas, no de palo, pero sí pata de pelo; mamífero discreto, sin hacer ruido se retira a beber agua fresca del recipiente a temperatura ambiente, muy cercano bajo la ventana a la sombra el agua y su recipiente.
El velero
Sobre una mesa reza una vela con una llama ofreciendo a su alrededor una pequeña, brillante, amarillenta luz a veces tímida, frágil como una mente que busca fortalecerse. Empieza a deshacerse la cera con esa pequeña y solitaria llama a esa altura cilíndrica que con cariño exploró y recorrió el artesano velero parte de la noche estando en vela.
De súbito un frenesí, ¡porque sí!, ventisca diminuta borrasca de viento viene e irrumpe en la sala, donde la vela confiada descansa eso creía descansar.
Sobre la mesa la vela, su llama luz pequeña se tambalea…; parece que pierde el equilibrio funambulesco volatín volatinero…; de un lado a otro se tambalea, oscilando, trastabillando, la llama en su pequeñez se ladea borracha sin embriaguez, serena se tambalea.
En el…
En el parque hay niñas y niños jugando y correteando y risas,
y lo que no hay son prisas.
El parque está en la calle, la segunda a la izquierda después de
la bodega que tiene dos toneles bastante grandes en la puerta del establecimiento.
Entre esos niños hay insignificantes nubes de polvo que discretamente se elevan, y se depositan sobre los zapatos, y avanzando una pizca más se depositan sobre los calcetines de sus pies pequeños, y sedientos de divertimento, los cordones medio sueltos van correteando tras un balón de plástico ya aturdido, que no sabe a donde hay que ir a parar para quedarse tranquilo en un rincón, pobre balón, en paz descansar quiere, pero no puede, no se lo permiten.
Por la…
Por la mañán temprán en el alba diurna matinal hay un pequeño instante di minuto,
por un diminuto momento el tiempo parece quieto, parece de tenerse.
Cien ojos mil parpadeantes miles y otros miles, párpados destellos,
hojas y superficies con gotas milenarias nuevas cercanas como la misma vida,
aquí mismo, acá.
Instante único e irrepetible.
Repitepite, nunca el mismo instante de cada mañán igual, muy temprán;
una canción al alba un pájaro canta, otro gallo canta,
hasta la noche el búho quizá no se levante, la jornada se echa,
la jornada se levanta.
La mañana se levanta por la mañán,
con ganas de empezar temprán.
Soy un árbol
Debo o debería desaparecer antes de que la excavadora me descubra;
un día llegó un pájaro y ahora tengo un nido arriba.
Es la desventaja de ser lo que soy un árbol siempre amenazado por esa excavadora aparatosa.
Soy una excavadora metálica, descomunal y ruidosa,
hecho humos, del mal humor que tengo lo arreglo todo aparatosamente
y con brusquedad, nunca me dan medallas por ayudar a construir casas,
ni por acabar con praderas en nombre de la edificación;
¿Hay prisa por vivir?, pensamiento.
Cada vez que pregunto para ir al horizonte me dicen lo mismo:
¡Siga, siga, está ahí enfrente!
Y siempre igual, siempre que pregunto por el horizonte, la misma respuesta,
la misma dirección: ¡Ahí enfrente, siga usted, ahí, ahí! ¿Acaso no lo ve?
Estoy algo cansado de jugar a este juego tan agotador, que deliberadamente te deja un poco de energía para que sigas atrapado jugando: jinete, caballo, zanahoria ¿qué o quien sigue a qué o a quien?.
Durante un día
La voz matutina del silencio llama a la ventana,
esa ventana que siempre se levanta temprano,
canten o no canten los pájaros sin saber solfa.
Voy y la abro, me abro paso;
se asoma al rostro mirador un aire fresco de esos que no se pueden ver a simple vista.
En el exterior, entre el cielo y la tierra,
un coro sonrojado de cánticos en rebaño volador,
gaviotas en vuelo enviando desde la infinita alfombra delgada tal como la delgadez, suavemente azulada, vivamente sonrojada, un mensaje enviando,
parece un mensaje intraducible, como si dijesen todas juntas y cada una, en coro, a su aire:
¡Que tengas un día interesante!
Meto la cabeza, cesa el aire fresco, cierro la ventana, alguna cosa ocurre en el plexo solar.
Tomo…
Tomo aire alargo el brazo, con la mano tomo el diccionario palabra en mano.
Busco la palabra soneto quizá un viejo y antiguo nombre artístico de los y las poetas.
Por allá en sus escritos aparecen las palabras artísticas alias sonetos.
Busco y busco, la yema que busca tiene un ojo en diminutos ojos, buscando la vieja y antigua palabra soneto;
diccionario palabra en mano.
Entretanto, ajeno el sol se mueve hacia un bonito lugar a distancia poca de la media tarde, y algún perro ladra, y un ave playera vuela, y un ave boscosa está al acecho, y un soneto es un soneto; y no deja de ser un sonido soneto.
Como un…
Como un acto el agua se desploma como si fuese una lluvia asustada al oír un temible trueno repartiendo.
Rugidos y miedos por do.
Por doquier se oían, ¡relámpagos de voz!, temores tronar, rayos dando a luz y rajando a la oscuridad con chispeante y bella brusquedad.
De poca edad un niño de cabello pelirrojo y rostro hermoso mira a la ciudad, desde lo alto en su ventana, cara a cara, a la que se asoma, en la ventana.
¡Ven conmigo!
¡Ven conmigo! Acércate, ven sin miedo, ven.
Ves, aquí, donde tu vista contempla, había agua sobre el mar, el mar era invisible aunque se veían sus rizos queriendo viajar junto al viento. El viento era invisible; las aguas con ayuda del mar hablaban con él, lo cogían en brazos y jugaban a saltar y brincar. El viento y las aguas del mar danzaban hasta altas horas del día y la noche, y de la eternidad; simplemente, cada vez que lo deseaban; sin reparo alguno, jugaban.
El mar flotaba sobre el agua hecha de agua, también de otras miles de gotas de aguas, que atraídas por la celebración se apuntaban a semejante diversión; los mares y las aguas confraternizaban, viajaban por todo lugar donde se les diese acogida.
Pedían permiso a las embarcaciones de papel con chimeneas de juguete para hacerles compañía.